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09oct14
Villa, de la revolución a la corrupción
Director de ATLÁNTICA XXII. Más causalidad que casualidad, la bomba informativa que ha supuesto en Asturias conocer por El País que el histórico líder minero del SOMA-UGT José Ángel Fernández Villa ocultó 1,4 millones de euros a Hacienda coincide con el ochenta aniversario de la Revolución de 1934. Aquellos mineros épicos que salieron de las entrañas de la tierra para asaltar el cielo se preguntarían hoy, si vivieran, si mereció la pena tanto sacrificio para acabar engendrando en su seno la hidra de la indignidad colectiva.
De la revolución a la corrupción, pasando por la subvención y la prejubilación. Y en este terrible titular que resume el viaje a los infiernos de la clase obrera asturiana tiene un papel estelar Fernández Villa, un gran actor al que se le acaba de caer la máscara.
Conocí a Villa a finales de los años setenta del siglo pasado en una conferencia en Oviedo de Felipe González, tras su dimisión como secretario general del PSOE por la renuncia al marxismo. Rodeado de mineros encrespados como él, Villa no cesó de insultar a Felipe durante su intervención, reprochándole su traición de clase. Entonces era largocaballerista.
De aquella no sabíamos que se había iniciado en el sindicalismo con veleidades anarquistas y que había sido confidente de Claudio Ramos, el temido jefe en Asturias de la Brigada Político-Social. Con documentos irrefutables, lo detalló años más tarde José Ramón Gómez Fouz en su libro Clandestinos. Villa, una persona muy insegura y no precisamente valerosa, delató ante Ramos y sus secuaces a muchos activistas antifranquistas.
Pero todo ese pasado tenebroso se borró de un plumazo durante la Transición, en la que Villa fue el gran protagonista en Asturias y el hombre fuerte del PSOE, tras convertir al SOMA-UGT en un verdadero ejército político-sindical que se hizo con todo el poder de las instituciones. Lo que no logró la dinamita en la Comuna Asturiana lo consiguió la habilidad y la picardía del ejército somático comandado por Villa, un político intrigante y un sindicalista eficaz capaz de comprar voluntades, de agotar la paciencia de los adversarios con negociaciones eternas que concluían de madrugada y de doblegar resistencias golpeando en el estómago del adversario, como los boxeadores veteranos.
Ahora los que acusan el golpe son los suyos, que son legión, aunque Villa ya se había retirado, enfermo y olvidado, tras el fracaso de la última revuelta minera, donde su estrategia resultó suicida para el sector. El presidente asturiano Javier Fernández, uno de los que le debe el puesto, se ha apresurado a hacer pública su "sorpresa y profunda decepción" y, como secretario general de la FSA-PSOE, va a proponer su "inmediata expulsión de la organización".
Desde el inicio de la Transición y hasta hace bien poco José Ángel Fernández Villa fue un caudillo en Asturias que quitaba y ponía presidentes del Principado, alcaldes, concejales y presidentes de la Caja de Ahorros. También directores de medios de comunicación, por supuesto los públicos, lo que explica el silencio de todos estos años sobre las actividades que le llevaron al enriquecimiento. También es cierto que nunca dio pistas. Los rumores eran continuos, desde los que lo situaban como accionista de una conocida gran superficie hasta como comisionista de empresas y fondos mineros, ese escándalo de corrupción y despilfarro tan negro y oscuro como el carbón. Pero nunca hubo una pista fiable o una evidencia, porque además Villa nunca dio muestras de ostentación alguna.
Cuando ATLÁNTICA XXII destapó un escándalo en el Montepío de la Minería por las relaciones entre su presidente y un constructor ("Los fondos de los mineros, amistades peligrosas en el Montepío", número 18, enero de 2012), Villa estaba en el ojo del huracán y en la portada de aquel número que se agotó al poco de ponerse a la venta. Pero nadie le reclamó explicaciones, ni en el SOMA ni el PSOE, ni la oposición ni la opinión pública. Y estos silencios cómplices blindaron su figura pública, hasta que ahora intervino la Fiscalía Anticorrupción.
La caída del mito de Villa no es solo el fin del Régimen del 78 en Asturias, que este ex minero que apenas bajó al pozo personifica. También destapa la responsabilidad colectiva de la sociedad asturiana en su crisis y su decadencia moral, que van de la mano. A Villa aún lo llaman los suyos en las cuencas con admiración "El Tigre" y "El Jefe". Frente a la derrota de los mineros británicos frente a la Thatcher, Villa era el gran líder al que se debían las prejubilaciones de lujo a los 40 años que no sirvieron para reindustrializar las cuencas, los paseos del colesterol junto a los ríos que ya no arrastran carbón, el clientelismo disfrazado de paz social, la rendición de clase. De la revolución a la corrupción. La dinamita no abrió paso a un mundo nuevo.
[Fuente: Por Xuan Cándano, Revista Atlántica XXII, 09oct14]
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