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04may14


Condenan al Gregorio Marañón por un brote infeccioso que mató a 4 prematuros en 2004


Era prematuro de 29 semanas, empezaba a llamarse David y su mano de muñeco no agarró la vida. Cuando el abogado telefoneó a la madre para decirle que fue una negligencia médica la que lo mató, Araceli no preguntó por la indemnización: «¿Entonces no fui yo?».

Nació y murió en el Gregorio Marañón con la insoportable levedad de un kilogramo. La madre estuvo nueve años torturándose por el deceso del gemelo. Así que, nada más saber el motivo del fallecimiento, no preguntó por las razones jurídicas que recoge el fallo, ni tan siquiera por la forma de cobrar el dinero; sino por aquella duda que hizo que se le cayeran el pelo, los dientes y el pulso.

Como una reconfortable y terrible letanía.

- ¿Entonces no fui yo? ¿Entonces no fui yo?

No fue ella. Ni tampoco tuvieron culpa alguna las otras tres madres que perdieron a sus respectivos bebés en la Maternidad de O'Donnell. Y eso que Araceli recuerda la frase abrasiva que una doctora le tiró a la cara en Neonatología: «Esto es lo que sucede cuando no se hace bien el reposo».

No fue ella, y así lo recoge el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, que en una sentencia demoledora revela -una década después- a qué se debieron aquellas cuatro muertes de prematuros de finales de 2004, todo lo que entonces no reconoció el centro hospitalario y hoy sabemos.

Que hubo 30 casos de infección en la biberonería en tres meses. Que la contaminación se propagó a través de los paños que recubrían los recipientes y en la leche preparada del hospital, en los propios biberones y en las máquinas lavavajillas de los mismos. Que tan sólo en un día cinco bebés cayeron contaminados.

Que 11 sufrieron una infección muy grave. Que el brote era conocido desde septiembre de 2004 y aun así se siguieron admitiendo niños en los meses posteriores. Que dos prematuros murieron por la bacteria pseudomona aeruginosa y dos más fallecieron a causa de otras. Y que la muerte de David -concluye la sentencia, dándole la razón a la familia y citando un artículo científico donde se detalla el parte de bajas- cuesta la friolera de 110.000 euros. Lo mismo que un coche de esos grandes.

«El niño nació el 30 de noviembre de aquel año, en un parto gemelar. Nos dijeron que estaba fenomenal: 'Ha tenido usted un torito de un kilo'. A los 10 días ya estaba en planta y empezaron a darle los biberones. Pero justo a la mañana siguiente comenzó a tener un color verdoso, a hincharse. Acabó intubado, estuvo 17 días en coma. Yo preguntaba y me decían que a los prematuros cualquier cosita les cae mal. Murió a los 28 días de nacer».

La marca de 'David'

Lo cuenta Araceli Jiménez, la madre, que nos enseña el fallo judicial, el informe médico, la reclamación denegada que presentó ante el Servicio Madrileño de Salud, los recortes de prensa y hasta el tatuaje que lleva en la parte interna del antebrazo: David.

David en el antebrazo de la madre.

David en la pierna de Lorenzo, el padre.

David en la espalda de su hermana Cristina.

David en la clavícula de su hermana Rocío.

El único que no lleva tatuado el nombre del niño muerto es precisamente el que más marca arrastra: el gemelo Pablo, que a los nueve años dice que tiene un amigo invisible con el que habla. Y que, cada vez que se sienta en el sofá, tiene que dejar un hueco a su lado, cuenta. Espacio reservado para David.

El tamaño del bebé fallecido fue inversamente proporcional al vacío que dejó. Un agujero enorme por donde se descosió el hogar.

«Me sentía culpable. Pesaba 55 kilos y en tres meses subí a los 82. Me salieron calvas en la cabeza. Se me cayeron los dientes del estrés. Estuve con cuatro psiquiatras distintos. Y cuando llevaba al pequeño al colegio, con tres años, no me volvía a casa, sino que me quedaba sentada en el banco que había frente a la entrada. Y esperaba. Si había fallado como madre y perdí a uno, no iba a dejar que al otro le pasara lo mismo».

Cuando Araceli se levantó y decidió pleitear para quitarse de encima la viscosidad de la culpa, no le quedó otra que vender las medallitas de oro de los hijos, para así poder pagar los 550 euros de la procuradora. Y buscar no sólo la justicia, sino también la paz.

La reclamación de responsabilidad patrimonial por vía administrativa presentada en 2005 fue desestimada. La condena del Tribunal Superior de Justicia de Madrid le ha hecho recuperar la autoestima.

«Si el hospital conocía la agresividad del germen desde septiembre, no entiendo por qué admitieron el ingreso de nuevos neonatos tan delicados a los que expusieron a su contagio», señala Carlos Sardinero, abogados de la Asociación Defensor del Paciente experto en derecho sanitario. «Si se conocía el brote, deberían haber derivado a la madre a otro centro para no exponer a sus hijos a ese riesgo».

En su día, el hospital reconoció el contagio que fue pasto de la prensa y habló de dos muertes (no de cuatro), pero siempre atribuyéndolas al estado de debilidad de los prematuros y desvinculando los decesos de la infección. La Consejería de Sanidad ha preferido no comentar el fallo, palabra polisémica. Por la sentencia ahora sabemos la verdad. Y también que Araceli es una madre de ley, con sus fundamentos y sus hechos probados.

'Queda la esperanza'

Cuando se separó a los 20 años, tenía una hija y estaba embarazada de otra. «Ibas a la comisaría con el labio roto y el policía te decía que si es que te habías liado con el carnicero». Lorenzo, su nueva pareja, el padre huérfano de hijo, pintor de gotelé, no pinta nada desde que le echaron a la calle el 31 de enero sin indemnización. Rocío se ha echado un novio que se llama David. Y Cristina, que estudia peluquería, le recoge el pelo a la madre: «Es lo único que queda: la esperanza. Cuando no tienes otra cosa tienes esperanza».

Si tuviésemos más espacio nos podrían explicar cómo viven los cinco con 700 euros del paro. Y a qué sabe la comida que te da la Cruz Roja. Si da para mucho el cheque de 40 euros que te entregan en los Servicios Sociales. Con los 110.000 euros les gustaría comprarse un piso. Y arreglarle la boca a la madre. Y llevar al niño al cine un día. Y viajar a la costa.

Porque Pablo, el hermano que lo cuenta, sólo ha podido ir una vez al mar. Ya se imaginan aquella fiesta: debajo de los adoquines estaba la playa. Llegó, se puso la crema, sacó el cubo de plástico, extendió la toalla y el gemelo vivo dejó un sitio para dos.

[Fuente: Por Pedro Simón, El Mundo, Madrid, 04may14]

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