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03ago14
El contrabandista 'honrado'
La dignidad del apellido Pujol se manchó cuando Jordi tenía 28 años, nueve meses y un día. Florenci, su padre, humillado, había decidido delegar en su primogénito el poder. Él ya no podría liderar nada. Salir en el Boletín Oficial del Estado, investigado por el juzgado de Delitos Monetarios, era la mayor deshonra, aunque se codeara en esa lista con los Botín, Samarach, Almirall, Ybarra... Era el fin de unos negocios que lo habían hecho ya muy rico. Jordi asumió con honor ser el heredero. Él debía recuperar la dignidad de la familia. Su padre le había educado para eso. Le había, contra sus propios ideales, enviado a un colegio alemán donde gritaba a todo pulmón Heil Hitler! y ¡Arriba España! Y eso que fueron los germanos las razones de la primera gran tragedia de los Pujol. Nada de eso era importante. Todo lo que fuese necesario para que el querido Jordi recibiera lo mejor, lo haría. La familia primero. Aunque hubiera que traicionar a los amigos, a la propia memoria y a su saga. Jordi ocultó las vergüenzas paternas hasta su reciente anuncio. Lleva 34 años de defraudador, ocultando los millones de su padre en Suiza. Y Pujol volvió a la semilla, a tiznar su nombre.
Cuando su apellido apareció en aquel BOE de 1959, Florenci Pujol i Brugat (Darnius, Cataluña, 8 de diciembre de 1906 - 30 de septiembre de 1980) recordaría qué fácil era ser lapidado cuando la fortuna te da la espalda. Ya le había pasado a su propio padre, al bisabuelo de la saga, Ramiro Pujol i Rosa. Cuando los alemanes invadieron Francia, en 1914, Ramiro se vio arruinado. Su exitoso negocio de tapones de corcho que vendía a productores de champagne desapareció en 1916. Su fábrica quedaba en Darnius, en el Alto Ampurdán, en la provincia de Gerona. La arrogancia de esos Pujol les haría escapar a escondidas para que los habitantes del pueblo, a quienes siempre habían tratado de lacayos, no les vieran.
Cogió su escopeta de caza para disimular. Cinco horas de caminata desde el pueblo a la estación de Figueres, donde iría con destino Premià de Mar, Barcelona. Él partiría primero, después su mujer Conxita junto a los cinco hijos de la pareja: Teresa, Narcís, Florenci, su gemelo Francisco y Concepció. Pero los vecinos les descubrieron. «Hubo gente que se reunió en la plaza para ver cómo los Pujol, arruinados, se iban del pueblo», relató Jordi Pujol en sus Memorias. Florenci tenía 10 años. Vio a su padre pasar de ser un burgués a tejedor. Se tatuó el recuerdo. No sería pobre más.
Tras graduarse en la escuela de los Hermanos de Premià, pasó a emplearse en la Banca Marsans, ligada a la Bolsa. Recorría a diario los 20 km en tren que le separaban de la sede donde le tocaba trabajar. Era el chico de los recados. Como Jordan Belfort, el protagonista de El lobo de Wall Street, se dio cuenta de que el dinero se ganaba negociando con acciones. Como Belfort, era seductor. Sin apellidos de alcurnia para entrar en la Borsa de Barcelona cuyos orígenes datan del siglo XIII. Poca cosa era Florenci aún. Lo supo y con astucia -hasta en esto es un clon de Beltford- decidió que lo suyo sería el bolsín, una bolsa paralela. Ubicado en la calle de Avinyó 23, en la misma vía se contaban no menos de tres burdeles. En éstos los brokers de segunda despilfarraban en lujuria sus pelotazos.
El primogénito, el 'hereu'
Con picardía y buenas maneras, Florenci, que se inició con 19 años, en 1925, fue ganando dinero poco a poco. Se mudó a Barcelona pero iba constantemente al pueblo. Allí en Premià, en misa de mediodía, conoció a María Soley i Mas. Ella era menor de edad, él le sacaba cinco años. Se casaron cuando ella cumplió 18, en 1929. Vivían de alquiler en un piso de la Caixa de Pensions. Un año después, el 9 de junio de 1930, nacería Jordi, el primogénito.
Ya Florenci iba en ascenso. Ganó contactos que pasarían del bolsín a la Borsa. Descubrió las debilidades del sistema. Cómo ganar. Tardaría en convertirse en Don Florenci. Los que se querían burlar de él le llamaban el Pujolet de la Borsa, entiéndase el Pujolcito de la Bolsa, aludiendo a su baja estatura. Un pulgarcito con buena memoria y dotado con sapiencia para las operaciones comerciales. Uno que pasó de un piso sencillo a residir en la calle Còrsega, a cinco manzanas de Paseo de Gracia. En 1935, el calculador Florenci matriculó a su Jordi en el kindergarten de la Deutsche Schule. Su hijo decía que no lo entendió nunca. «Mi padre era antinazi»...
Y llegaron los bombardeos de la Guerra Civil a Barcelona.
En 1937, volvieron a Premià de Dalt. Conocedor de los movimientos para subsistir, se hizo de UGT y votante de Esquerra Republicana. Con Dios y con el diablo, Florenci, con 32 años, fue convocado a vestir uniforme militar. Con su buena agenda y su labia logró que le pusieran de chófer, lejos de las trincheras. El pequeño Jordi estaba en el campo cuando su padre estaba en su batalla por vivir. Siempre ha recordado esos años y usó políticamente las acusaciones de tener raíces de payés y botiguer. Botiguer es un negociante acomodado que se preocupa sólo por sus business. Florenci aspiraba a lo más grande y -casi- lo consiguiría.
A pesar de que peleó por el bando perdedor, conoció la mentalidad militar y así ganó cuando otros perdieron. Su saber encontrar oportunidades en un país quebrado le hizo ver el camino recto. Que su hijo estuviera matriculado en la escuela de los alemanes le libró de sospecha. El Pujolet de la Borsa conoció allí a la élite militar, quienes también llevaban a sus hijos allí. Él, supuestamente antinazi, anglófilo, el que peleó por los republicanos, no tuvo reparos en, como reconociera Jordi, que su pequeño «a partir de 1939, todas las mañanas, de manera reglamentaria», tuviera que gritar «Heil Hitler!y ¡Arriba España!».
Mientras, su hermano gemelo, Francisco, un noble marino mercante, estaba en el exilio, en Francia, por la sospecha de haber transportado armas para los rojos. Y, mientras, su primogénito cada mañana rendía honores al Führer y a Franco. Y a Alemania, el país que había arruinado a su familia. No importaba, era un hombre práctico. Eso memorizaría Jordi, que no tuvo reparos en negociar con izquierdas y derechas. Lo único válido era obtener beneficio práctico. El sentido de la moral que aprendió de papá.
Con 40 años, ya Florenci era un hombre acomodado, camino de ser un magnate. No había dejado sus negociados en la Borsa, pero su filón era otro. Unió sus conocimientos con empresarios catalanes y con militares franquistas ávidos de dinero... Se alió con un judío -sí, un judío-, el tratante de diamantes Moisés David Tennenbaum.
Se convirtió en un «contrabandista honrado», como le definió Manuel Ortínez, que fue representante de Unión de Bancos Suizos (UBS). Así describe el buen hacer del padre de Jordi: «Tuve que hacer... la inevitable especulación de moneda, contrabando de divisas... Florenci Pujol y David Tennenbaum, entre otros, me proporcionaban las divisas. Yo necesitaba cubrir las diferencias entre el valor de exportación y de importación. Si tú exportabas un producto que te daba un millón de dólares, y vendías al doble de precio... necesitabas comprar el millón que te faltaba...».
«La operación era delicada, existía la Brigada de Delitos Monetarios, tenían los teléfonos intervenidos y la vigilancia era concreta... Bueno, en este paisaje Tennenbaum y Pujol eran importantes. Ellos me proporcionaban las divisas y yo necesitaba muchas. Florenci Pujol era un hombre muy simpático, con una mirada irónica y maliciosa, de pillo inteligente»... Lo describe así en su autobiografía, Una vida entre burgesos, publicada en 1993, que enfadó al ya president Jordi, que intentaba borrar la estela de papá. La mancha sobre el apellido Pujol.
¿Cómo cometían el fraude al Estado? «En Tánger las pesetas se convertían fácilmente en dólares. Al fin y al cabo sólo había que pasar los 9 km de mar del estrecho de Gibraltar y tener amigos combinados en las aduanas de los dos lados. Yo entregaba las pesetas en Barcelona, en billetes de 100, que hacían un bulto considerable, y las pesetas convertidas en dólares aparecían en EEUU o Suiza... Operación delicadísima que no podías hacer con cualquiera. Entre otras cosas porque cuando uno entregaba el paquete de billetes, no tenía la absoluta seguridad de que llegaran a su destino. No había comprobante... Con Florenci Pujol nunca tuve otro trato que éste». Lapidario, Ortínez omite decir que el método eran bolsas de dinero introducidas en maleteros de doble fondo, en escondites de pequeños barcos... Como el nieto de Florenci, Jordi Pujol Ferrusola, haría después para llevar el dinero a Andorra y otros paraísos fiscales. La sangre. Cosas de la familia.
Florenci negoció millones de dólares de la época. Miles de millones de pesetas. Y fue adquiriendo bienes con mesura. Como Jordi estudiaba para ser médico, compró primero acciones de un laboratorio farmacéutico. Después fue el propietario. En 1952, el primogénito Jordi se graduó por la Universidad de Barcelona. De allí en adelante todo pasa a gran velocidad. Dos años después conoce a Marta Ferrusola. Se casan en 1954, en el monasterio de Monserrat. Para su luna de miel recorrieron Europa en el Peugeot 203 de Florenci [claro, muy lejos de la colección de Ferraris, Lamborghinis, Porsches... que ostentarían sus nietos]. Pasan por Italia, Austria, Suiza... Siempre Suiza. El regalo de bodas de Florenci fue nada menos que un piso de 120 m2 en Ronda del General Mitre en Barcelona. Para todo daba ser un «honrado contrabandista». Tras muchos abortos, nació Jordi junior. En 1958, cuando todo se descubrió. La primera mancha sobre el apellido Pujol. Culpa de un banquero, una puta y una unidad de investigación criminal.
Atraparon a Georges Laurent Rivara, que llevaba en una libreta mil nombres, los más poderosos de España. Lo capturaron el 30 de noviembre de 1958 en Barcelona tras reunirse, entre otros ilustres catalanes, con Florenci. Le había delatado una prostituta. Era el enviado de la Societé de Banque Suisse, SBS [después fusionada con el UBS]. La Policía lo venía siguiendo. La Dirección General de Seguridad difundió un comunicado celebratorio. «Los servicios de investigación han descubierto recientemente hechos y situaciones que revelan la existencia en el extranjero de depósitos de valores y divisas no declarados».
Fue un escándalo internacional. El 15 de diciembre de 1958, el corresponsal de The Times escribió: «Las listas encontradas... incluirían muchos pesos pesados». Cuatro días después, se celebró un Consejo de Ministros presidido por el Generalísimo. Suiza presionaba para evitar que se desvelara la identidad de los clientes de su hasta entonces inexpugnable sistema financiero.
En Madrid, Barcelona y Bilbao se repartieron panfletos: «capitalistas traidores», «ladrones»... El rumor generalizado era que se habían llevado del país no menos de «400 millones de dólares». Escalofriante cuando, a diciembre de 1958, las reservas exteriores de España eran sólo 45 millones. Por orden del propio Franco se publicó la lista de los «capitalistas traidores».
BOE, 9 de marzo de 1959: Florencio Pujol Brugat aparece en la página 3898. En la siguiente, su socio y amigo Tennenbaum [aparece Tannembau]. Se supo así que eran pieza fundamental en la trama de evasión de capitales. A Florenci le pusieron una multa ridícula de unas 10.000 pesetas. Pero su castigo real fue su exclusión social. Fue el momento de asumir que iba a tener un hereu para sus negocios. «Mi hijo quiere comprar un banco», iba diciendo al que le oyese. Cumplió ese deseo. No había más tiempo, podían perderlo todo. Tan sólo nueve días después de ser humillado vía BOE comprarían la Banca Dorca, preludio de Banca Catalana. En la junta de accionistas aparecen sólo personas de confianza del patriarca, incluidas su mujer y Jordi. Ni él ni su socio podían aparecer. Hubieran manchado su proyecto.
A finales de 1959, tras un mes en prisión y 11 meses de arresto en un hotel de lujo gracias a convertirse en chivato, Georges Rivara volvió a Suiza. Lo echaron y estuvo a punto de ser juzgado por traición. Terminó suicidándose. O eso parecía.
Florenci pasó a segunda fila. Seguía con su trama de acciones, dejo lo de las divisas. Le indicó a su hijo que debía ser banquero. Que olvidase la política. Pero el rebelde Jordi no le haría caso. En 1960 ya estaba detenido por defender el nacionalismo catalán. Una conversación recordada por Manuel Ortínez describe lo que sucedía entre ambos. Uno ya apenas recordaba a papá y el otro se iba a las sombras:
«Hasta el punto de que cuando conocí a su hijo Jordi, no lo relacioné con el padre. No va a ser hasta un tiempo después que caí en el parentesco y se lo comenté a Florenci.
-¡Caramba, qué hijo que tienes, es un chico fenomenal!
-"Fenomenal y terco".
Y presumido. Banca Catalana se le fue de las manos. Aunque supo huir a tiempo, para centrarse en lo que consideraba su destino, ser president, perdió mucho dinero. «Fui banquero, el más importante -perdonen la petulancia- de los banqueros catalanes, y en algún momento el más innovador». Mientras el ego de Jordi ascendía, en silencio, Florenci seguía acumulando fortuna y la iba depositando en Suiza.
El legado en Suiza
Tras la confesión de Jordi Pujol i Soley, viernes 25 de julio, se sabe que Florenci tenía, al menos, el equivalente a cuatro millones de euros, 664 millones de pesetas en depósitos. Mas, en realidad serían superiores a 10 millones de euros, 1.600 millones de pesetas, según filtran a Crónica fuentes conocedoras de la investigación en Suiza. Herve Falciani, protagonista de la lista que lleva su apellido, me lo explica de otro modo: «Por cada millón que un defraudador reconoce, en realidad hay tres millones, es una ley universal. Pura estadística». Así de claro es el experto italo-monegasco, colaborador de la Justicia española.
Pero no es el origen de la fortuna del clan. Aunque el hijo quiera lapidar al padre para librarse de todo -y utilice su herencia de coartada para explicar la fortuna familiar repartida entre Suiza y demás paraísos fiscales-, no es verdad. Los fondos que investiga la UDEF oscilan entre los 137 millones de euros y los 600 millones por negocios realizados entre Latinoamérica -Panamá, México y Argentina-, España, Andorra, Guernsey... Todo se intuye financiado con el famoso 3% de comisiones. Van llegando las respuestas a distintas cartas rogatorias solicitadas a Suiza. Hay al menos un Pujol en la lista Falciani, clon actual de aquella libreta de Rivara, la que llenó de nombres el BOE de 1959. Falciani es el eje al ayudar al juez Rus y a Anticorrupción.
Como el abuelo, Oleguer Pujol, el más listo de los nietos de Florenci, está investigado por «blanqueo de capitales». Por entre 3.000 y 6.000 millones. Y su fuente de inspiración, la de todos los nietos, es el abuelo. Lo reconoce un allegado al otrora molt honorable, en el libro Jordi Pujol, en el nombre de Cataluña: «Los hijos de Pujol se están cobrando la inversión que hizo su padre por Cataluña porque, en el fondo, ellos no querrían ser recordados como los hijos de Jordi Pujol, el político más importante de la historia de Cataluña, sino como los nietos de Florenci Pujol, el padre del president y fundador de Banca Catalana». Por eso están desconcertados incluso los nietos. Por la forma que Jordi ha destrozado la memoria del abuelo.
En abril de 1980, Florenci vio orgulloso a su hijo ser elegido president [queda para el archivo una foto de Marta Ferrusola besándole en la celebración]. Era el justo precio para el hombre que tuvo que huir arruinado de su pueblo natal. El 30 de septiembre de ese año murió. Así lo describe Jordi en sus memorias: «Por la noche, después de cenar, se había ido temprano a la cama. Le había dicho a mi madre: 'Mañana quiero levantarme temprano para ir a oír a Jordi'. Había quedado con Marta que ella lo pasaría a buscar. Murió de un ataque al corazón mientras dormía». Los rumores que circularon -y que lo han vuelto a hacer tras el shock por la confesión de su hijo- es que Florenci fallecería en circunstancias menos sacras, menos pasivas.... Lo cierto es que a Jordi siempre le costó hablar de su padre. Lo cita menos en sus Memorias (1930-1980) que a su tío Narcís.
Su caída no la puede justificar por los depósitos de Florenci en Suiza, así como una supuesta caída de Artur Mas tampoco se podría creer por los 2,2 millones de euros que su papá tenía en Liechtenstein [que según la UDEF «pertenecen a la familia Pujol, toda vez que Artur Mas sénior «era quien llevaba las gestiones como fiduciario en dicho país»]. Y, al confesar que había una fortuna de su padre de la que ni su propia hermana María sabría, también confirma que él, su hermano, le traicionó y robó la legítima.
Ha sacrificado la memoria de Florenci, la suya propia, por salvar a la familia. Aunque la mancha queda por siempre en su apellido. Y no por la estelada. Es por la oscuridad del dinero. No por aquella tinta del BOEde 1959. O por la noche en que el abuelo arruinado por los alemanes escapa del pueblo con la escopeta para disimular... Es por la familia, Don Florenci.
[Fuente: Por Martín Mucha, El Mundo, Madrid, 03ago14]
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