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06ene13
Más de 65 años y en prisión por «pura venganza»
«Ahora que otras `violencias' se han desactivado, un gesto con los presos enfermos y mayores sería un buen test de humanidad». La reflexión es de familiares de presos vascos mayores de 65 años. Con la vista puesta en la movilización del día 12 en Bilbo, «ir a la manifestación es lo que podéis hacer por ellos», responden a quien ofrece ayuda.
Nueve presos vascos superan los 65 años y tres de ellos tienen más de 70 años, límite para beneficios carcelarios de difícil acceso en su caso. Siguen dispersados a cientos de kilómetros de sus domicilios y expuestos a un régimen penitenciario particularmente hostil, al dictado de impulsos claramente políticos. GARA se reunió en Bilbo con un grupo de familiares que comparten una realidad en común: sus allegados, con edades que superan los 65 años, han pasado otra vez las navidades en prisión. Tal como resaltan, hace un año vivieron momentos de esperanza, pero nada ha cambiado de muros adentro y, si lo ha hecho, ha sido a peor. «Ahora que otras `violencias' se han desactivado, un gesto con los presos enfermos y mayores sería un buen test para demostrar un pelín de humanidad», destacan.
Familiares de Patxo Murga, Pablo Gorostiaga y Txente Askasibar, enviados a prisión por el proceso 18/98, comparten la reflexión de que los efectos de la estancia en prisión pasan factura siempre, pero el desgaste es más acentuado a edades avanzadas, en las que también su realidad social y familiar está en relación a esos años. Si a esa situación se añade la dureza con la que particularmente se les aplica el régimen carcelario, el impacto de su detención a esas edades en base a imputaciones políticas, la estancia primero en prisión preventiva y posteriormente la salida de prisión, hacer frente a elevadas fianzas, la incertidumbre durante la asistencia a un proceso judicial que se alargó durante más de un año de peregrinación semanal a Madrid y una sentencia condenatoria de índole político, «estamos hablando de años de tensión, incertidumbre, impotencia... y de injusticia», resaltan sus allegados.
Sus casos son percibidos como «una grandísima injusticia» entre gente de diferentes ideologías políticas, según remarcan, «porque en las actuales circunstancias políticas, con su edad, habiendo cumplido las dos terceras partes de la condena, mantenerles en prisión es venganza pura y dura».
La realidad que viven ligada a su edad es una circunstancia que pasa desapercibida ante casos de enfermedades muy graves. Mantienen que sus propios familiares anteponen la situación de los enfermos a la suya propia. «Los días no corren igual cuando tienes cierta edad, ni tus expectativas de vida son las mismas y todo tu entorno familiar y de amistades también está en relación a tu edad», explica Xabi Gorostiaga, hijo de Pablo Gorostiaga. Las compañeras de Patxo Murga y Txente Askasibar, Begoña Zenarruzabeitia y Otule Garai, abundan sobre esta reflexión y, por ejemplo, llaman la atención sobre los efectos en amigos, que están condenados a hacer cientos de kilómetros al volante...
En medio de preparativos de celebraciones navideñas, ellos intercambian noticias de traslados, planes de visitas y «vis a vis» que arrancan de víspera o de madrugada, para retornar a última hora de la tarde en medio de horarios y condiciones diferentes y variables en cada centro penitenciario. Entrando en su realidad personal, estas fiestas no son más que la constatación de las ausencias, que en cada hogar se llevan como se puede. El recuerdo, desde luego no falta; se repiten los brindis, se intensifican las comunicaciones en los pueblos y, en el caso de los Gorostiaga, cuentan que con los más pequeños se han buscado el recurso de salir a ver la luna, una vista que comparten con aitite más allá de la distancia. «Lo malo es cuando está nublado», bromea Xabi.
El colectivo de profesionales sanitarios Jaiki Hadi hizo público en 2012 un informe en el que destacaba que las trabas para acceder a la libertad están haciendo que la medida de edad de los presos políticos vascos se dispare y, con ello, los años acumulados en prisión, con las consiguientes complicaciones médicas. Resaltan que, si al factor edad se suma el endurecimiento del Código Penal y del reglamento penitenciario en base a motivos políticos, el impacto sicológico es mayor, especialmente si la noticia del alargamiento de la estancia en prisión se notifica en el momento de la extinción de condena, porque entre sus efectos está la ruptura del equilibrio personal y las expectativas vitales.
El calor de la solidaridad
Arantzi Plazaola, compañera de Sebastián Etxaniz, de 69 años de edad y preso en la cárcel asturiana de Villabona, cuenta que las navidades se afrontan «como se puede». Ayuda el calor de la solidaridad de familiares, amigos y vecinos del pueblo que estos días se vuelcan sobre quienes faltan. Reconoce que, aunque Sebastián no tiene problemas serios de salud, no se pueden pasar por alto los riesgos que aumentan con la edad.
Aun así, apunta que hay situaciones tan graves en prisión que él sitúa por delante de su realidad personal la de los compañeros enfermos. «Primero que salgan los enfermos, luego los viejos, suele decir», cuenta su compañera, que añade el deseo de que todos abandonen la cárcel en un futuro próximo.
Otule Garai es compañera de Txente Askasibar, bilbaino de 68 años. En su historial médico figura que padece de cataratas en un ojo, en un estado tan avanzado que prácticamente ha perdido la visión. Sospecha que también el otro ojo está empezando a estar afectado de cataratas. Askasibar pidió hace año y medio una consulta con el oftalmólogo que aún no ha llegado, «y ahora, como le han cambiado de módulo, tiene que volver a repetir toda la tramitación de la petición de consulta», explica su compañera. «Necesita operarse pero en las circunstancias en las que está...», deja en el aire Otule.
También está siendo tratado de una micosis en la lengua, aunque Otule admite que lo que más le preocupa es el problema de visión. «Temes que un día tenga una caída o un gran golpe», y añade que aunque su estado de salud no revista la peligrosidad de otros reclusos con enfermedades graves, «son edades en las que a uno le hacen pensar `y si le pasa algo por la noche... cómo va a estar atendido'...».
«Aunque no estés enfermo van empezando los achaques de la edad y eso en la calle igual no se nota tanto, pero en prisión es mucho más duro. Lleva cinco años y medio y le quedan tres; tres años para gente de 70 años son muchos años», remarca. Su mensaje es tranquilizador. «Txente nos dice siempre que lo pasemos bien, que no pensemos en nada, que disfrutemos, que ya llegará el día», cuenta Otule reprimiendo las lágrimas, y agrega que en plenas fiestas las visitas no cesan, a pesar de que el periplo arranca a las cinco de la madrugada y le traerá de vuelta a casa después de las seis de la tarde, para asistir a un «vis» de dos horas.
«Que la gente lo sepa»
La situación de Begoña es especialmente cruda. Tiene a su hijo, Andoni Murga, a su compañero, Patxo Murga y a su cuñado, Isidro Murga, en prisión. Patxo tiene 68 años de edad y, aunque su salud es en general buena, Begoña cuenta que el laudioarra tiene problemas de hipertensión, por lo que está siendo tratado. Tiene controles sobre el corazón, por los riesgos asociados a la hipertensión, además de una prostatitis que tuvo en el pasado. Esas dolencias le llevan periódicamente al hospital, sí, pero «esposado, en furgón policial y acompañado de otros reclusos, lo que alarga durante horas el paso por el centro hospitalario, en condiciones de extrema seguridad».
«La estancia en prisión con los años que tiene no le beneficia en nada», opina Begoña y Xabi Gorostiaga tercia en la conversación para expresar que, ante situaciones sangrantes que se dan en prisión, estas cuestiones pueden parecer nimiedades, pero en este caso «tener 71 años ya es una enfermedad y si le sumamos haber vivido lo que han vivido desde su detención...».
«Que la gente sepa que hay personas que con 71 años están todavía en la cárcel y que, más allá de la salud, con 70 años los años corren de otra manera que con 25, el riesgo de que les ocurra algo es infinitamente mayor y su expectativa de vida es mucho menor», comenta Gorostiaga, al tiempo que añade un detalle que clarifica la situación en la que se encuentran en prisión: «mi padre duerme con un anorak puesto, guantes y gorro de lana». Otule comenta que también Txente duerme con un abrigo sobre mantas que no le protegen de temperaturas bajo cero. Eso en invierno, porque en verano hay que hacer frente a temperaturas de hasta 45 grados, y los recortes se están dejando sentir.
«Nos han denegado los vises de ama»
«Lo mismo que somos conscientes de que hay presos gravemente enfermos, sin ser una situación límite desde el punto de vista de salud, la cuestión de la edad supone una situación de desgaste total a alguien que ya está desgastado por la edad y que, además, sus familiares y amistades también tienen edades a las que resulta mucho más duro viajar cientos de kilómetros y soportar todo lo que supone su estancia en prisión», explica Xabi.
En su caso particular, su madre tiene una enfermedad grave que en este momento le impide viajar. «Pedimos que nos concedieran sus `vises', el de convivencia y el íntimo, y nos los han denegado, con lo que mi padre ha perdido esos vises y el resto de la familia, la oportunidad de visitarle con más frecuencia», comenta.
Pablo tiene seis nietos de corta edad que le hacen llegar hasta Herrera bocanadas de energía renovada, pero solo le pueden visitar cada tres meses y «se les hace larguísimo», según cuenta. A este respecto, señala que esos seis niños «no han conocido más violencia que la que se ejerce contra su aitite, que es la que les dejará huella».
Tratan de que cada viaje -les separa de aitite 600 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta- sea especial para los más pequeños. «Frente a situaciones muy dramáticas, lo de ver a los nietos es una nimiedad, pero es que lo hacen para seguir apretando», apunta. «Aita lleva cinco años en la cárcel y no he conocido ni un solo caso a mejor. Sigue en primer grado, `peligrosísimo', ha pedido el cambio de módulo pero debe ser el más malo del mundo», señala con ironía su hijo.
El ritmo de viajes no varía ni un ápice en navidades. La lejanía se combate con el calor de la solidaridad en forma de cartas y mensajes que traspasan los muros de prisión. En casa es momento para los brindis por los que faltan. «Mi madre cada vez que llamaba Andoni por estas fechas lo primero que le decía es `Andoni, etorriko zara?'», señala Begoña, y agrega Xabi que «yo de lo que estoy cansado es de decir cada nochevieja `este año sí'».
Coinciden en que en estas fechas son muchas las personas que se acercan a interesarse por el estado de sus familiares presos; algunas se ofrecen no sabiendo cómo ayudar. «Te dicen eso de `si hay algo que pueda hacer' y les respondes `lo que puedes hacer por ellos es ir a la manifestación del día 12 en Bilbo' -concluyen- y este llamamiento incluye a la gente del PNV.
[Fuente: Por Nerea Goti, Gara, Donostia, 06ene13]
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