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11mar20


Politiquería en los tiempos del cólera


La vicepresidenta primera del Gobierno es responsable, entre otras funciones, de "la coordinación interministerial" y de las "funciones de apoyo material, de gestión económico-financiera (…), y, en general, cuantas otras de esta naturaleza precisen el presidente del Gobierno y los órganos dependientes". En el pasado, la vicepresidencia primera, por su papel coordinador, era el órgano encargado de liderar la respuesta ante crisis que implicaban a varios departamentos gubernamentales. Así ocurrió con María Teresa Fernández de la Vega (por ejemplo, durante el secuestro del pesquero vasco Alakrana, en 2009), Alfredo Pérez Rubalcaba (huelga de los controladores aéreos, en 2010) o Soraya Sáenz de Santamaría (crisis del ébola, en 2014).

Durante las últimas semanas, en cambio, la vicepresidenta Carmen Calvo ha estado ocupada en la agotadora tarea de tirarse los trastos a la cabeza con la ministra de Igualdad, Irene Montero, a cuenta del proyecto estrella de esta última, la ley de libertad sexual que reformará el Código Penal. Para unos, una "chapuza jurídica" (solo cabe esperar el mismo nivel de escrutinio técnico en la futura reforma penal de los delitos de sedición y rebelión). Para otros, "excusas de machistas frustrados". Entre medias, una carrera por colgarse méritos feministas antes de la fecha emblemática del 8-M. Un espectáculo edificante.

La propia convocatoria del 8-M merece un comentario aparte. Es digno de aplauso que la comunicación de la crisis del coronavirus haya estado a cargo de un profesional como Fernando Simón. Por eso precisamente fue tan esperpéntica su respuesta el pasado sábado sobre si había algún riesgo en permitir las manifestaciones del 8-M: "Es una convocatoria dirigida a nacionales", respondió Simón. Como si el Covid-19 distinguiese entre nacionalidades. Tal vez existía alguna razón técnica para mantener en Madrid y otras muchas ciudades manifestaciones multitudinarias, o los espectáculos deportivos de cada fin de semana, cuando ya estaban contabilizados en España tantos casos como los que habían aconsejado una cuarentena sin paliativos en varias ciudades chinas, o las restricciones en Italia. Si había razones para esta excepción, Simón no las detalló. En ese momento, pareció que si la comunicación de la crisis estaba en manos de expertos, no lo estaba la gestión. En el mejor de los casos, la gestión no estaba en manos de nadie. En el peor, estaba subordinada a criterios políticos. En ese momento, a Simón se le puso cara de Trapero.

El hecho de que la crisis del coronavirus golpease nuestro país con unos días de retraso respecto a otros países nos ofrecía una pequeña ventaja para valorar las medidas que estaban funcionando (en países como China o Corea del Sur) frente a las que no lo estaban haciendo (como Italia). En lugar de hacerlo, se nos han escapado varias semanas decisivas para frenar la que seguramente sea la emergencia sanitaria más grave a la que nos hemos enfrentado en las últimas décadas.

Han faltado hasta ahora tres cosas por parte de nuestros dirigentes: coordinación, planificación y liderazgo.

Coordinación para evitar que la ministra de Trabajo envíe por su cuenta y riesgo una "guía básica para afrontar la epidemia", provocando un enfado monumental en sindicatos y empresarios. Coordinación para preparar un paquete de medidas económicas sobre los sectores más afectados (las cancelaciones en el sector turístico están siendo salvajes), o aliviar las interrupciones en las cadenas de suministro de una economía cada vez más globalizada verticalmente, evitando una violenta interrupción de la actividad industrial. ¿Cómo es posible que el presidente del Gobierno anuncie un "plan de choque" sin detallar una sola medida? Coordinación para evitar que cada comunidad autónoma improvise su propia respuesta a la crisis, estableciendo un protocolo de respuesta común en caso de que se disparen los contagios.

Planificación para anticipar el impacto sobre la actividad económica y en particular sobre el sistema sanitario. El Gobierno británico publicó el pasado 3 de marzo una guía completa sobre el coronavirus (disponible en su página web), con varios escenarios de estrés sobre los servicios públicos, y un catálogo de medidas previstas en caso de emergencia, desde la movilización de personal sanitario ya jubilado hasta el entrenamiento de voluntarios. ¿Se ha hecho este ejercicio en España? ¿Qué mecanismos --por ejemplo, la utilización temporal de las 50.000 camas del sistema sanitario privado-- existen en caso de colapso del sistema sanitario público? Para evitar un pánico descontrolado, es necesario en primer lugar planificar, y a continuación comunicar lo que se ha planificado.

Lo que nos lleva al tercer elemento que se ha echado en falta hasta ahora en esta crisis: liderazgo. La crisis del coronavirus ha dejado de ser exclusivamente un asunto epidemiológico para convertirse en una crisis social. Durante las próximas semanas, será necesario adoptar medidas de restricción de nuestras libertades más básicas (de movimiento, de trabajo, sobre a quién podemos visitar), desconocidas para casi todos los ciudadanos. Veremos escenas de acaparamiento en los supermercados, de centros de salud colapsados o de aglomeraciones en las estaciones de tren, como se vio el pasado fin de semana en Italia.

Ya pasó el tiempo en que bastaba un portavoz médico para informar sobre la evolución de la crisis. Es la hora de la Política con mayúsculas. Pasemos cuanto antes la página de lo sucedido en las últimas semanas: de la politiquería más chabacana. De la irresponsabilidad de mantener manifestaciones masivas en las calles el 8-M (con la irresponsable asistencia de varios ministros), o de actos multitudinarios como el de Vox en Vistalegre. Necesitamos la máxima colaboración de la ciudadanía, y lo mínimo exigible es un compromiso parecido por parte de nuestros dirigentes políticos.

[Fuente: Por Isidoro Tapia, El Confidencial, Madrid, 11mar20]

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