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14jul18
Historia oculta del fascismo catalanista: de Maciá a los hermanos Badia
Una de las más notorias operaciones del Procés independentista ha sido el vaciado sistemático del lenguaje para manipularlo a su antojo desde la más absoluta banalización. Si preguntáramos por la calle la definición de vocablos como libertad, democracia, referéndum o legalidad encontraríamos un triunfo de la polisemia que, en realidad, es la victoria de la banalización para controlar parte de la opinión pública a través de una manipulación deliberada. Sin embargo, el fenómeno es global y debe enmarcarse en la banalización de los contenidos. Por eso durante estos últimos años la acusación de fascismo ha salido a relucir por todas partes con demasiada facilidad para descalificar al adversario cuando muestra más bien una evidente falta de argumentos.
Definir al movimiento independentista catalán como fascista es peligroso, entre otras cosas por emplear ese paradigma del mal del siglo veinte en los tiempos presentes. Decía el historiador Josep Fontana que cambian las definiciones y se mantiene el cuerpo que las configura. Esa constante histórica debe valorarse siempre desde la prudencia y una clara conciencia de lo diferente de cada tiempo histórico, que como es comprensible toma valores de otras épocas y los adapta. De este modo todo puede parecerse, pero nada es igual que antaño.
La cuestión fascista con relación al separatismo ha salido a relucir con más fuerza desde el nombramiento presidencial de Quim Torra, declarado admirador de los hermanos Badia y Josep Dencás, los nombres malditos del catalanismo histórico por una serie de contactos y procedimientos afines a los propugnados desde Italia y Alemania por Benito Mussolini y Adolf Hitler. ¿Ha existido o existe un fascismo catalán? Un libro acaba de intentar responder a la pregunta: 'El Catalanisme davant del Feixisme' (Editorial Gregal).
Los malos de la película
Este artículo se encabeza con una fotografía. Corresponde a un desfile de los Escamots de Estat Català el domingo 25 de octubre de 1933. La imagen impacta desde una serie de detalles reconocibles para el espectador. Las torres venecianas de la plaça d’Espanya quedan atrás y unos jóvenes en formación militar desfilan convencidos ataviados con uniformes que recuerdan a los de otros países, algo normal en la Europa, del momento, donde muchos partidos políticos de uno u otro pelaje tenían formaciones paramilitares y defendían la opción insurreccional para conseguir sus objetivos.
Esa misma tarde Josep Pla escribió sobre la efeméride. Decía que Francesc Macià, por aquel entonces president de la Generalitat republicana, hacía un flaco favor a Cataluña dando salida a sus veleidades de coronel. Pla, que fue corresponsal en Italia durante la marcha sobre Roma de 1922, añadía que la experiencia histórica del Viejo Mundo demostraba la gravedad de jugar con escuadras y parafernalias marciales por las calles. Lo veía como un síntoma para preparar las condiciones objetivas de una dictadura.
'El Catalanisme davant del Feixisme' se adentra en la cuestión del fascismo catalanista a lo largo de sus más de seiscientas páginas coordinadas por Enric Ucelay-Da Cal, Arnau González y Vilalta y Xosé Manoel Nuñez Seixas. La obra constata una apuesta individual fascista que nunca se ha traducido en un colectivo basado en estas premisas, algo discutible, tanto que en ocasiones hasta da la impresión que muchos de los historiadores del volumen intenten justificar su negativa, como si así se esforzaran a lavar una ropa con demasiadas manchas visibles en su tejido.
A lo largo de su centenaria historia el catalanismo ha sufrido una serie de mutaciones más que comprensibles. La idea inicial, de amplio espectro federalista, se concretó en 1901 mediante la fundación y entrada en escena de la Lliga Regionalista, que con tan sólo un mes de existencia consiguió representación en las Cortes Españolas, iniciándose así su dominio en el panorama catalán hasta 1931, cuando ERC tomó su relevo. Las tres décadas dominantes de la formación de Prat de la Riba y Cambó ilustran puntos de un ADN aún palpable en las señas de identidad catalanistas, desde el valor del civismo hasta el antimilitarismo, este último simbolizado en la formación de Solidaritat Catalana tras el ataque del ejército a las sedes de la revista satírica Cu-Cut! y del periódico La veu de Catalunya a finales de noviembre de 1905.
El extremismo
Estos valores positivos no excluyen otros de cariz bien distinto. Tras la unidad inicial el catalanismo político se dividió entre una derecha sólida y una izquierda errante en busca de una concreción que le permitiera aspirar al poder. Los enemigos eran claros. De un lado, el Lerrouxismo, azote tanto de los defensores de una nueva integración con España como de los anarquistas, prevalecientes en el universo obrero hasta 1936 y supervivientes del odio de clase esgrimido desde la burguesía adepta a la Lliga y los núcleos independentistas.
La consecución en 1914 de la Mancomunitat, primera descentralización de la España Contemporánea, coincidió con el estallido de la Primera Guerra Mundial y el canto de libertad para las Naciones sin Estado propugnado por el Presidente estadounidense Woodrow Wilson, quien sobre todo pensaba en núcleos poblacionales pertenecientes al Imperio Austrohúngaro. Este aire independentista conllevó la intensa campaña pro Estatut de Autonomía de 1918-1919, arruinado cuando la cuestión social hizo que Cambó prefiriera defender la cartera a la bandera.
Tras la conclusión del conflicto bélico se gestó en Europa una ola de desencanto, auténtica madre de una serie de totalitarismos, cultivados sobre todo entre los perdedores del envite, bien fueran veteranos del ejército o grupos extremistas incapaces de aceptar la derrota. En 1919 el fascismo recibió carta de fundación en la piazza San Sepolcro de Milán a manos de un antiguo socialista. En Alemania la atmósfera también era propicia para ese giro copernicano, como explica Thomas Weber en su espléndido 'De Adolf a Hitler', editado esta primavera por Taurus. Hasta España, sumida en una crisis sistémica sin parangón, sintió esa veleidad con el ascenso al poder en 1923 de Miguel Primo de Rivera, a quien Alfonso XIII quería hacer su Mussolini.
Semillas del fascismo a la catalana
Fue en ese paréntesis cuando surgió el independentismo catalán, reforzado por la Dictadura del general jerezano. Por aquel entonces sus fuentes de inspiración provenían de Irlanda y Lituania, ejemplos de liberación a los que se unió el modelo militarista a partir de la trayectoria de Francesc Macia, fundador de Estat Català y protagonista del intento frustrado de invasión de Catalunya en 1926 desde Prats de Molló. El fracaso de su órdago supuso un magnífico trampolín de despegue para su causa al internacionalizar la idea en un juicio donde su nombre se propulsó al estrellato y le permitió conseguir un importantísimo capital carismático que digirió desde Bélgica, a la espera de la caída del padre del fundador de la Falange.
Asimismo, durante los años veinte se produjo un gran incremento de la inmigración española en Cataluña. Las estadísticas muestran como durante ese decenio la población barcelonesa creció en más de trescientos mil habitantes, fruto en parte de los trabajadores murcianos del metro de la Ciudad Condal y los empleados en construir los edificios de la Exposición Internacional de 1929, hacinados en casas baratas y barracas que permanecieron casi hasta la inauguración de los Juegos Olímpicos.
El término murciano se convirtió en peyorativo, constituyéndose en precedente del más famoso charnego, que quizá sólo se eliminó, si bien algunos lo han intentado reflotar desde esencialismos supremacistas, con el ascenso de José Montilla a la Presidencia de la Generalitat en 2006. Cuando ERC copó las instituciones tras el 14 de abril intentó orquestar deportaciones de esos mal llamado extranjeros a su lugar de origen. Lo cuenta Cris Ealham en La lucha por Barcelona (Alianza) y lo corroboran ilustraciones del período que criminalizaban a los recién llegados con el absurdo de identificarlos con el anarquismo, como si los ácratas sólo existieran por un prodigioso influjo ajeno a la catalanidad.
Otra semilla de un hipotético fascismo a la catalana radica en la misma fundación de Esquerra Republicana de Cataluña. Para no complicar en exceso la cosa diremos que el 19 de marzo de 1931 se juntaron varias formaciones de sensibilidad progresista. Una de ellas era Estat Català, capitaneada por Francesc Macià, de talante más independista y con un lenguaje con muchas ínfulas marciales. La otra era el Partit Republicà Català, con Lluís Companys a la cabeza y una ideología socialdemócrata de corte federalista. La convivencia de estos dos grupos fue un sempiterno combate de equilibrios, más difíciles si cabe por lo repentino de su hegemonía política durante el quinquenio republicano.
Desilusión y guerra
Companys, a quien el procesismo ha desdibujado para realzar su injusto fusilamiento tras la Guerra Civil, y sus partidarios propugnaban una vía democrática bien distante al culto a la personalidad que desde Estat Català se realizaba para con la figura de Francesc Macià.
La primera desilusión de la nueva era llegó con la breve república catalana del 14 de abril. L’Avi la proclamó desde el balcón de la Generalitat integrándola en una inexistente Federación Ibérica. El asunto le valió a Catalunya el Estatut de 1932 y desató la progresiva radicalización del sector independista, cuyos miembros eran originarios del mundo rural. La juventud, tan apreciada por los fascismos, cobró relevancia con las, valga la redundancia, JEREC, Joventuts d’Esquerra Republicana de Catalunya, A las que muchos vieron como émulos de los squadristi mussolinianos. Sus líderes son la página negra del catalanismo entre torturas, ataques a redacciones de prensa, cuadros jerárquicos, represión del anarquismo, exaltación del paramilitarismo y un culto a la violencia más explosivo si cabe desde que se transfirieron las competencias de orden público a la Generalitat.
Ese momento sitúa en el primer plano a Josep Dencás y los hermanos Badia. El primero se definía como nacional socialista y ocupó la consejería de Gobernación hasta la revuelta de octubre de 1934, cuando tras la proclamación del Estado Catalán dentro de la quimérica república federal española huyó para no volver por las alcantarillas del Palau de la Generalitat. Antes sondeó al cuerpo diplomático italiano en Barcelona en busca de eventuales apoyos. Los segundos fueron adalides de la lucha armada para lograr su sueño emancipador del resto de España.
Los Badia, jóvenes turcos de la Cataluña republicana, volvieron al país tras las elecciones de febrero de 1936, quisieron reorganizar la componenda militar de Estat Català, ya separada de ERC, y fueron asesinados en el centro de Barcelona a media tarde del 28 de abril de 1936 por miembros de la FAI como represalia por sus anteriores actos contra los anarquistas. Aún hoy en día se les homenajea en esa esquina de las calles Muntaner con Diputació. Un vídeo de Youtube nos ofrece el acto de 2013, con la presencia de Quim Torra y Oriol Junqueras. Ninguno de los dos resalta lo esgrimido en este artículo. La omisión del pasado molesto es el fuego que enciende las llamas del presente.
[Fuente: Por Jordi Corominas i Julián, El Confidencial, Madrid, 14jul18]
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