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17may13
Blesa, el brazo financiero de la dinastía Aznar
Miguel Blesa (Jaén, 1947) era el amigo fiel y responsable de José María Aznar (Madrid, 1953). Compañeros de academia para preparar la oposición a inspector de finanzas del Estado a mediados de los 70, debutaron juntos como funcionarios de Hacienda en Logroño, su primer destino, donde forjaron la base de su inquebrantable relación, antes de que el futuro presidente del Gobierno se iniciara en la arena de la política como diputado por Ávila a principios de los 80. Aunque sus vidas transcurrieron de forma paralela, el ascenso al poder del Partido Popular en 1996 permitió que sus caminos volvieran a cruzarse de manera evidente y notoria.
El dirigente popular reservó para su compañero de fatigas opositoras, hasta entonces asesor fiscal de grandes patrimonios tras dejar su destacada carrera en Hacienda, una de las palancas de poder más importantes que todo político aspira a controlar. Estas credenciales fueron suficientes para que Blesa se convirtiera en el nuevo presidente de Caja Madrid (1996), la entidad de ahorro madrileña hasta entonces regida por el socialista Jaime Terceiro, que tuvo que rendirse a la nueva mayoría política alcanzada por el PP tras hacerse con el poder en el Ayuntamiento (José María Álvarez del Manzano, 1991) y la Comunidad (Alberto Ruiz-Gallardón, 1995).
Empezaba una nueva dinastía. Instalados en el sillón presidencia de La Moncloa, los populares convirtieron Madrid en su bastión político y Caja Madrid en su brazo financiero, donde empezaron a tener cabida fieles colaboradores de la cúpula de Génova. Para lidiar con tantas servidumbres, Blesa demostró solvencia, empaque y modales templados como para permanecer 14 años en el cargo, todo lo contrario que el histriónico y controvertido Juan Villalonga, efímero presidente de Telefónica, otro viejo amigo y compañero de pupitre del presidencialista Aznar, a quien estuvo a punto de comprometer por su polémica gestión al frente de la primera compañía del país.
Con el viento a favor de la recuperación económica, el aclamado milagro gerencial del PP que dio lugar a una supuesta década prodigiosa, nadie cuestionó la idoneidad de Blesa para el cargo, es decir, en las flexibles credenciales legales de honorabilidad, conocimiento y experiencia por las que vela el Banco de España. Además, su capacidad como presidente para embridar cualquier oposición (ofreció cargos a Izquierda Unida y Comisiones Obreras en el consejo de administración) le garantizó una estratégica paz social de puertas adentro. Con todo el poder bajo control y la alineación política correspondiente, la caja se convirtió en un moderno "castillo feudal".
A la vista de la quiebra casi generalizada de las cajas de ahorro, salvo honrosas excepciones, puede que el paso del jienense al frente de Caja Madrid se diferencie en muy poco del de otros homólogos. Tal vez sea sólo una cuestión de magnitud (Bankia -fusión de siete entidades- necesitó un rescate de 23.000 millones de euros) y de tiempo en el cargo (otros presidentes y directores generales gobernaron durante más de dos décadas). Sin embargo, tras la perplejidad generalizada, suya es la distinción de ser el primer banquero invitado a visitar una prisión (cautelar, sujeta al pago de fianza) desde los tiempos convulsos del mediático Mario Conde.
El paso a un lado efectuado en 2010 no le ha librado de seguir bajo la lupa de los acusadores. Después de la tibieza con que Mariano Rajoy tomó las riendas del Partido Popular, el cargo de Blesa pasó a convertirse en causa de disputa entre distintas facciones populares. La arrolladora Esperanza Aguirre, lideresa de la Comunidad y enemiga declarada del entonces alcalde madrileño Ruiz-Gallardón, quería para su causa los mandos de Caja Madrid, donde tenía previsto colocar a su delfín y número dos regional Ignacio González, para lo que llegó incluso a cambiar la Ley Regional de Cajas ante la resistencia ejercida por el viejo valido de Aznar.
La guerra terminó con una solución casera y a la vez polémica, dando paso a la reentrée de un descolgado Rodrigo Rato, al que tocó reinventar para la causa como banquero tras su breve paso por el FMI y desactivar al mismo tiempo a un ocioso conspirador en uno de los momentos de mayor debilidad interna de Rajoy. En ese momento, como el que hace mutis por el foro, Blesa optó por un discreto segundo plano. Como otros cajeros, su liquidación al frente de Caja Madrid le reportó un finiquito generoso (2,8 millones), aunque el premio gordo del plan de incentivos (25 millones a repartir entre la cúpula directiva) fue bloqueado antes de ser pagado.
Desde entonces, absoluta invisibilidad. El excajero ha tratado de rehacer su vida en el sentido más amplio. Cambió de vivienda, inició una nueva relación sentimental y siguió cultivando algunos viejos placeres, como cacerías, vehículos de lujo y grandes eventos deportivos, con alguna asiduidad. A ojos de la opinión pública, sin embargo, ha permanecido escondido, ante el riesgo de que cualquier posible notoriedad pudiera costarle una crítica o reprobación innecesaria. En sus mejores planes, aspiraba a que con el paso del tiempo todo terminara olvidándose y pudiera disfrutar del cómodo anonimato al que había accedido tras dejar los salones del poder.
Quienes todavía guardan trato con Blesa aseguraban hasta hace poco que tenía la conciencia tranquila. Sus años como responsable de Caja Madrid están auditados, una garantía cada vez más cuestionada, y aprobados por el Banco de España, un supervisor cuya autoridad y solvencia han quedado en entredicho. Al final, más de tres años después de que dejara el cargo, ha tenido que ser un juez, tras la denuncia particular de Manos Limpias, una cuestionada asociación jurídica, quien considere que su gestión al frente de la caja madrileña esconde sombras constitutivas de delito. Mientras tanto, sus mentores políticos y sus supervisores profesionales siguen fuera de foco.
[Fuente: Por Carlos Hernanz, El Confidencial, Madrid, 17may13]
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