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31ene11
La guerra monetaria entre las grandes potencias no es descartable en la actual coyuntura internacional
El análisis de la economía mundial de la respetada Economist Intelligence Unit, del Financial Times, difundido en el primer lunes de este año, puede transformarse en una sólida contribución al pesimismo que sigue impregnando las perspectivas de los próximos meses en los mercados internacionales.
Es verdad que ya desde mediados del 2010, cuando se desencadenó finalmente la crisis de Grecia que hizo estremecer los cimientos de la eurozona de la Unión Europea (UE), se habla de una eventual "guerra de monedas", es decir, de las devaluaciones unilaterales para devolver a los países en problemas graves algo de la capacidad de competencia perdida por el desmadre de sus políticas socioeconómicas.
Para Robert Ward, director del afamado observatorio económico, hay, efectivamente, "una guerra en el aire" que podría alterar la precaria estructura de la economía mundial, que sigue inmersa en la crisis provocada en 2008 por el estallido de la burbuja inmobiliaria estadounidense que propagó sus efectos devastadores por casi todo el planeta. La crisis de Grecia agravó el problema, porque estremeció los cimientos de la Unión Europea.
Una moneda en el aire. Si algo queda claro de la lectura de la realidad es que una "guerra de monedas", esto es, un despeñarse de los países en devaluaciones unilaterales, más allá y por encima de las inhibiciones previstas en los espacios económicos de los que formen parte, no devolverá, en la mayoría de los casos, la capacidad de concurrencia en los mercados internacionales. Por consiguiente, subsistirán los problemas que han limitado severamente el crecimiento en la mayoría de las naciones que hasta hace dos años eran potencias, sobre todo los Estados Unidos y algunas de las principales asociadas europeas, como España, Francia e Italia.
La incontenible pujanza de países emergentes, como Brasil, Rusia, la India y China (el grupo Bric, decididamente instalado en el centro del escenario de la economía mundial), ha erosionado totalmente la incidencia de la alianza europea en la toma de decisiones con capacidad de influir en la marcha de la economía mundial.
Correspondería, pues, a Estados Unidos, Japón y China encontrar alguna base de acuerdo en materia de devaluaciones y revaluaciones, una cuestión pendiente que tiñe de fuerte imprevisibilidad el rumbo inmediato de la economía mundial.
China y Japón han resistido siempre las presiones estadounidenses para que revaluasen sus monedas, medida que, entiende la Casa Blanca, contribuiría a disminuir los siderales déficits de sus intercambios con esas potencias asiáticas. Pero tanto Beijing como Tokio se mantienen inflexibles al respecto, a pesar de los dramáticos cambios que se han operado en los últimos dos años.
Cambio de liderazgo.
Si Europa ha perdido peso específico, lo mismo está sucediendo con los Estados Unidos, que ya no es la potencia hegemónica que fue desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Ya no tiene capacidad para imponer políticas que terminaban por beneficiarlos de una u otra forma, y ahora debe esperar de la benevolencia de sus partners para no seguir retrocediendo. Ni siquiera el hecho de ser el único país del mundo cuya deuda externa está cifrada en su propia moneda, y que su condición de primer mercado de consumo (y por ende, primer importador de manufacturas producidas en los países emergentes) ni los gigantescos volúmenes de Bonos del Tesoro emitidos por la Reserva Federal y estibadas por los bancos centrales chino y japonés, sirven ya para presionar con la fuerza del pasado.
Lo único que parece contener el estallido de esa "guerra de monedas" es el hecho de que todos los países involucrados saldrían perdiendo, y algunos de ellos ingresarían en un cono de sombras del que tardarían años, que se harían décadas, para recobrar la luz.
Esta guerra sería, pues, muy diferente de las guerras convencionales, en las que generalmente hay un vencedor. En esta guerra económica perderían todos.
El "homo sapiens" lo pensaría dos veces antes de lanzarse a ella; el "homo demens", que pareciera ser la sal de la humanidad, no titubearía. A fin de cuentas, si algo demuestra la historia de la economía es que el homo oeconomicus raramente es racional. De otra forma, serían inexplicables las irracionales "burbujas" que cíclicamente arrastran al mundo hasta los umbrales del caos.
Según la Economist Intelligence Unit, continuará "la transición de poder económico de Oeste a Este", lo que supondrá no sólo la transmisión del mencionado poder de decisión sino, lo que es todavía más importante, la posibilidad de que China y la India terminen por imponer una evolución económica más controlada por los Estados, en reemplazo del liberalismo predicado e impuesto por los Estados Unidos durante su siglo hegemónico. Ello implicará, por cierto, la revisión en profundidad de las potestades y doctrinas que, desde Bretton Woods hasta ahora, hicieron prevalecer el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Fracasen o tengan éxito los esfuerzos de Estados Unidos, China y Japón, quizá no haya guerra abierta declarada y sí guerra subterránea (subsidios, malabares arancelarios y otros manipuleos que la Organización Mundial de Comercio no logra contener). De una u otra forma, el eje económico se desplaza hacia el Naciente, empuja al pasado un mundo constelado de portentos e infamado de miserias. Quizá, en esa marcha, alguna vez tendrá que darse, el ser humano detenga su transformación en "homo demens" y como "homo oeconomicus" comience a accionar y reaccionar con sentido común, primera etapa de la madurez de su razón.
[Fuente: Por Juan Marguch, La Voz del Interior, Córdoba, 31ene11]
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