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06nov10
La cuestión de si la economía española podrá sobrevivir en el euro no se ha resuelto
El ajuste de Krugman
Como muchos recordarán, hace algún tiempo, el profesor Krugman, refiriéndose a la economía española y tras observar el enorme déficit de la balanza por cuenta corriente que había alcanzado, que revelaba su débil posición competitiva, sostuvo que nuestro país se enfrentaba a un dilema. O bien recurría a la devaluación para abaratar las exportaciones y encarecer las importaciones, o bien producía un ajuste interno de precios y salarios con los mismos objetivos. Pero llegaba, inicialmente, a la conclusión que la devaluación no era posible por la pertenencia al euro, al cual lo consideraba como algo irreversible, decantándose, en consecuencia, por el ajuste interno.
Posteriormente cambió de opinión y vino a decir que aunque la operación de abandonar el euro era costosa y compleja, al final la estimaba como la opción más lógica, pensando en las dificultades en los inciertos efectos que podía tener el ajuste interno. Hasta ahora la salida del euro no se ha producido, no se vislumbra en lo inmediato a pesar de que la economía española y otras economías integradas en la moneda única no acaban de digerir la pertenencia al euro -los descalificados países PIGS- y en ocasiones ha habido momentos, como en mayo pasado, en que todo parecía posible.
Se puede afirmar, pues, que la opción por el ajuste interno es la que prima por el momento. Y no tanto porque haya sido la alternativa elegida ante el dilema como porque se está imponiendo por la vía de los hechos. No hay un pacto social como postulaba Krugman para abordar el problema -cosa que podía considerarse imposible-, pero la realidad es que los salarios, fundamentalmente, están ajustándose a la baja, ya sea por las condiciones socioeconómicas, las dificultades empresariales, el paro masivo, la paralización de la negociación de los convenios o el recorte por la vía legal, como ha sucedido con los sueldos de los funcionarios.
Frente a la devaluación, es decir la salida del euro, el ajuste interno tenía dos inconvenientes. El primero es que con él no se lograba el efecto general de abaratar exportaciones y encarecer importaciones. Todas las mercancías y todos los servicios que se intercambia con el exterior recogen de inmediato el impacto de la variación del tipo de cambio. Un ajuste interno, por el contrario -como es producto de las circunstancias particulares de los distintos sectores productivos y de la casuística que se da en las empresas- origina un cambio muy desigual en los precios de los distintos bienes y servicios, y por tanto un ajuste también muy irregular en los precios de las exportaciones, con efecto más difíciles de evaluar en los intercambios exteriores.
Por otro lado, una devaluación de la moneda no tiene efectos depresivos sino más bien lo contrario, ya que favorece las exportaciones y la demanda interna en detrimento de las importaciones, mientras que el ajuste interno de salarios, en la medida en que no se acompaña de un ajuste inmediato y semejante de los precios (en ese caso todos los precios relativos internos no se modificarían pero si con respecto a los precios exteriores, lo que sería equivalente a la devaluación), tiene un impacto recesivo sobre la demanda y la actividad, lo que sí bien puede resultar beneficioso para corregir el problema del déficit exterior de una economía, agrava otros problemas como pueden ser una mayor desigualdad en la distribución de la renta, el aumento del déficit público por el impacto de la depresión en la recaudación impositiva y, sobre todo, lleva aparejado un incremento del paro, que en el caso de la economía española no se puede considerar como una secuela secundaria .
El déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos española se ha corregido de un modo acusado a lo largo de 2009 y 2010. Desde el 9,7% del PIB que se registró en 2008, quedó reducido al 5,4 % en 2009, y estará en torno al 4,7% en este año. Se podría pensar, por tanto, que la opción del ajuste interno está produciendo los efectos deseados y que cuando la economía se encamine a una recuperación no lo hará ya con la rémora de un desequilibrio exterior insostenible. De hecho, el Gobierno de los brotes verdes, proclive a ver en cualquier dato insignificante un anuncio de que lo peor de la crisis ya se ha superado, no deja pasar ocasión de resaltar y apuntarse como un éxito que el déficit exterior ha disminuido considerablemente.
En mi opinión, sin un embargo, no sólo hay que ser más precavidos sino que sostengo que la importante cuestión de si la economía española podrá sobrevivir en el euro no se ha resuelto y está pendiente. Que él déficit exterior se ha reducido sensiblemente es algo indiscutible, pero también hay poca duda de que esa reducción es resultado ante todo del hundimiento que ha sufrido la economía en los dos últimos años, como consecuencia de la crisis financiera internacional y la recesión generalizada posterior, del estallido de la burbuja inmobiliaria y del estrangulamiento del crédito que ha tenido lugar. Lo ocurrido en la balanza de pagos no es una mejora atribuible en lo fundamental a un ajuste interno de precios y salarios sino a la conmoción sufrida por la economía desde que se inició la crisis internacional en la segunda mitad de 2008.
Sería un error imputar a un ajuste interno la disminución del déficit exterior puesto que, sin perjuicio de que ese ajuste se haya visto facilitado por la depresión de los últimos dos años, esa mejora no cabe proyectarla en el futuro. Estamos hablando de una mejora que ha sucedido con una destrucción de 2 millones de puestos de trabajo, con una evolución del paro cuya tasa casi se ha duplicado hasta llegar al 20% de la población activa, con una caída acumulada a lo largo de 2009 y 2010 del 8% en la demanda interna y del 25% en la formación de capital bruta. De repetirse algo parecido, podría pensarse en una reducción aún mayor del déficit de la balanza por cuenta corriente, pero al precio ya de una catástrofe económica.
Bastaría imaginar que la economía española se adentrase en un moderado crecimiento, en torno al 2%, el mínimo siquiera para evitar un aumento del paro, para proyectar que de nuevo el déficit exterior comenzaría a aumentar, desde un nivel nada despreciable y en unas condiciones en que el peso de la deuda exterior de la economía española es aún insoportable, en un país bajo sospecha de quiebra y con unos mercados financieros enrarecidos a la espera de nuevas crisis.
A este respecto hay que destacar que la reducción del déficit no se ha traducido en una mejora de la posición exterior de la economía, puesto que todo déficit implica lo contrario. Los pasivos financieros brutos de nuestro país frente al exterior -lo que se debe y nos pueden reclamar- ascendían a finales de junio de este año a 2,3 billones de euros, casi el 230% del PIB. Descontando los activos frente al exterior, que alcanzan 1,4 billones de euros, la posición deudora neta de la economía española frente al resto del mundo es de 0,9 billones de euros, una cifra casi equivalente a la del PIB, que es de 1.05 billones de euros. Esa posición deudora origina un saldo neto desfavorable de pago de intereses y rentas de inversión, que fijándolo sólo en un tipo de interés del 3% (los tipos de interés son más altos y tienden a aumentar por la desconfianza en la solvencia del país), significa que cada año la economía española inicia el ejercicio con el hándicap de un déficit exterior de la balanza por cuenta corriente de casi 3% del PIB.
Como es normal, una recuperación económica por modesta que sea implica un empeoramiento de la balanza de cuenta corriente, por el incremento que se produce de las importaciones, tanto más cuanto que en esta ocasión la recuperación no vendrá del estímulo a las exportaciones, como sucedió en la crisis de 1992/93 cuando las devaluaciones sucesivas de la peseta permitieron un crecimiento considerable de ellas, a las que cabe atribuir el papel catalizador de salida de aquella crisis. El panorama se enturbia algo más por el hecho de que la crisis de la economía española ha llevado a una destrucción considerable de tejido productivo, que se traducirá en una mayor dependencia de las importaciones en el futuro. Por otro lado, nuestro país estará en el ojo del huracán de toda crisis financiera general o particular de la zona del euro, por la simple razón de que es uno de los países más endeudados del mundo.
En las condiciones descritas, cabe poner muy serias reservas a la idea de que la crisis sector exterior de la economía española está resuelta, que sólo debemos preocuparnos de algunos problemas internos (las reformas estructurales pendiente en el lenguaje dominante) para que la recuperación se inicie y que una vez puesta en marcha todo el camino se encuentra despejado.
Nada más lejos de la realidad. La crisis económica ha venido para quedarse, atrapado el país en una posición exterior insostenible de deuda y déficit, sin solución posible por la vía del ajuste interno que alguna vez, fugazmente, pensó Krugman.
Ni el PSOE ni el PP se dan por enterados de la dramática situación que vive el país. El primero, ya vislumbra la luz al final del túnel, sin darse cuenta que padece la extraña enfermedad de ver resplandor en las tinieblas. El segundo, se remite a su pasado de curandero afortunado y nos recuerda sus éxitos económicos pensando que en el futuro sus recetas neoliberales tendrán los mismos efectos milagrosos, aunque ya sea necesario duplicar las dosis. Pura fantasía. Las soluciones a esta crisis superan el campo estricto de la economía, serán traumáticas socialmente y agitarán profundamente el mundo de la política. Gobierno y oposición del PP, cada uno a su manera y según sus intereses, confunden y engañan a este desorientado, paralizado y escasamente gallardo país.
[Fuente: Por Pedro Montes, economista, El Confidencial, Madrid, 06nov10]
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