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26Jan22
El EastMed hace agua: la UE, cerca de perder otra alternativa al gas ruso
Fue un acuerdo histórico. En enero de 2020, Israel, Grecia y Chipre daban su visto bueno a la construcción del EastMed, un gasoducto submarino de 1.900 kilómetros a lo largo del Mediterráneo Oriental, la infraestructura de este tipo más larga y profunda del planeta. Con un coste estimado de 6.000 millones de euros, el ambicioso proyecto estaba destinado a transportar, a partir de 2025, 10.000 millones de metros cúbicos de gas natural al año hasta el Viejo Continente. Todo un orgullo para Atenas y Nicosia y un importante alivio para la dependencia europea del gas ruso, sometida por el contexto actual del conflicto ucraniano a un redoblado escrutinio.
Sin embargo, el megaproyecto ha sufrido este año un revés que podría dejarlo herido de muerte. Según informaron diversos medios de comunicación griegos, a principios de enero Washington hizo saber a Atenas a través de un documento no oficial que retiraba su apoyo al proyecto. De acuerdo con la televisión pública ERT, uno de los motivos de este giro es que Estados Unidos prefiere apostar por fuentes de energía renovables.
El Gobierno no ha reaccionado públicamente, pero la retirada del apoyo estadounidense no ha sentado demasiado bien entre la prensa helena. Las principales editoriales acusan a la Administración de Joe Biden de perjudicar los intereses griegos para apaciguar a Turquía, uno de los grandes aliados de Estados Unidos en la zona y uno de los países que más tropas aportan a la OTAN, ante el temor de que las tensiones en el Mediterráneo Oriental empujen a Ankara fuera del paraguas de Occidente y acaben vinculándola a Moscú.
En un contexto de creciente escasez energética debido a la transición hacia las renovables y a la creciente demanda global, el gas natural se ha convertido en uno de los principales protagonistas de la geopolítica global. Designado por la propia Unión Europea como un proyecto de particular importancia, el EastMed es una de sus principales bazas para mejorar la seguridad energética de Europa, diversificando las rutas y las fuentes de suministro.
Desde hace meses, los precios de la electricidad en Europa están por las nubes debido en gran medida al elevado coste del gas natural. Los defensores el proyecto afirman que una infraestructura que conecte el continente con Israel y Chipre podría reducir la dependencia europea de Rusia, acusada de estrangular el suministro para elevar el precio del gas y presionar a Alemania y la Unión Europea para que el gasoducto Nord Stream 2, que conecta Moscú con Berlín, sea aprobado.
Si finalmente se acabase construyendo el EastMed, sería un gran impulso para el desarrollo económico de Chipre y Grecia. Sin embargo, el proyecto podría no ser más que una quimera. No es la primera vez que se ha puesto en entredicho su viabilidad financiera, su capacidad para demostrar su utilidad durante un periodo de tiempo razonable (los yacimientos de Chipre empezarían a explotarse a partir de 2030) y recuperar los costes invertidos en su construcción en un horizonte temporal finito.
A pesar de que en noviembre de 2021 la Comisión Europea decidió incluir el EastMed en su lista de “proyectos de interés común” para hacer frente al cambio climático, hay dudas de que el gasoducto sea compatible con las políticas europeas para conseguir una huella de carbono cero para el año 2050. Aunque la Comisión Europea ha planteado que el gas natural sea considerado un recurso energético de transición, por ser más limpio y eficiente que el carbón o el petróleo, sigue siendo un combustible fósil. La preocupación de que el gasoducto solo llegase a tener un papel relativamente pequeño durante la transición energética está sobre la mesa.
La sombra de Turquía
El proyecto se ha encontrado desde el principio en una encrucijada política y económica entre varios países y continentes. Desde 2018, los yacimientos de gas en aguas de Chipre se han convertido en el epicentro de la tensión en el Mediterráneo Oriental, una región de por sí acostumbrada a las disputas geopolíticas.
Desde el primer momento, Turquía se ha convertido en la bestia negra del proyecto. Ankara se opone a que salga adelante, alegando que la ruta seleccionada para llevar gas por el Mediterráneo Oriental hasta Europa pasa por alto el extenso litoral turco. El Gobierno de Recep Tayyip Erdogan ha repetido incesantemente que cualquier proyecto que no tenga en cuenta su aprobación está destinado a fracasar. Por si esto fuera poco, el país euroasiático reclama parte de los recursos energéticos de Chipre como propios y considera que la explotación de los depósitos de gas por parte de Nicosia es una violación de los derechos de los turcochipriotas sobre los recursos naturales en sus aguas territoriales.
Las desavenencias entre Grecia y Turquía llegaron a un punto peligroso durante los meses de verano de 2020, cuando se realizaron maniobras militares en el Egeo y buques de guerra turcos y griegos se vieron implicados en varios incidentes. Según los expertos, para que el EastMed y la explotación de los yacimientos chipriotas fueran viables habría que solucionar los conflictos geopolíticos aún no resueltos en torno a la isla, dividida étnica y políticamente desde 1974. Eso, o al menos conseguir una coexistencia pacífica entre unos vecinos históricamente mal avenidos.
A pesar de que para muchos medios de comunicación griegos el proyecto se haya visto “socavado” por Estados Unidos, Panayiotis Ioakimidis, profesor emérito del Departamento de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad de Atenas, defendió recientemente en un artículo publicado en el periódico 'Ta Nea' que si el EastMed fuera un plan realista desde el punto de vista económico y político, saldría adelante, con o sin el apoyo de Estados Unidos.
El proyecto se encuentra en un momento de inflexión geopolítica, ya que las prospecciones que se están llevando a cabo en la zona han desencadenado una serie de reacciones y dudas sobre el desarrollo de un proyecto de tal envergadura. Según el medio de comunicación digital 'imerisia.gr', se espera una decisión final sobre la viabilidad del proyecto hacia finales de 2022. De recibir el visto bueno, el EastMed debería estar listo para transportar gas natural en 2025. De lo contrario, todos los esfuerzos habrán sido en vano.
Grecia ha defendido la construcción del gasoducto a pesar de los altibajos. No obstante, tras la pérdida del interés estadounidense y las posibles dudas de la Unión Europea, no descarta apostar por otras alternativas que puedan ser más viables desde el punto de vista económico. Una de ellas es el plan de interconexión de la red eléctrica de Israel con la de Europa a través del Interconector EuroAsia, otro proyecto que podría reforzar la seguridad energética del continente.
[Fuente: Por Silvia Álvarez, El Confidencial, Madrid, 27ene22]
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