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19oct08
El Cuarto Estado y el Madrid bancario
En 1993, con el Gobierno de Felipe González asediado por mil escándalos, Jesús Polanco, Antonio Asensio, Javier Godó y Mario Conde, como maestro de ceremonias, mantuvieron una serie de reuniones destinadas a alcanzar una postura común ante un interrogante de capital importancia: ¿Había que facilitar un cambio de Gobierno, dando paso a la nueva derecha democrática que había roto con el franquismo, o convenía, por aquello de lo malo conocido, seguir apostando por Felipe, por pestilente que fuera el perfume que el Régimen exhalaba? Los reunidos tenían, además, algo más prosaico de lo que ocuparse: repartirse el grupo Antena 3. La emisora de radio para la cadena SER, y la televisión para Asensio, con el apoyo dinerario de Banesto. Fue el famoso “pacto de los editores». Con el respaldo de los amos de la prensa, González volvió a derrotar a José María Aznar en las elecciones de junio del 93.
El episodio se ha puesto de actualidad con motivo del almuerzo celebrado el lunes 13 en el Palacio de la Moncloa entre Rodríguez Zapatero y los dueños de la práctica totalidad de los grupos de comunicación españoles. Polanco y Asensio, ya fallecidos, han sido ahora sustituidos por sus hijos, Ignacio y Antonio junior. La reunión se inserta en la categoría de síntoma de los males que aquejan a la democracia española y al sistema de libertades. Se trataba de inducir a los editores a contar la realidad al gusto del presidente, aunque podría decirse con mayor crudeza: ZP buscaba la complicidad de los medios para manipular la información. Ni más ni menos. Dice el ácrata Chomsky que “la manipulación y la utilización sectaria de la información deforman la opinión pública y anulan la capacidad del ciudadano para decidir libre y responsablemente. Si la información y la propaganda resultan armas de gran eficacia en manos de regímenes totalitarios, no dejan de serlo en los sistemas democráticos. Quien domina la información, controla también en gran medida a la sociedad”.
El contubernio de la prensa con el poder político se ha convertido en proverbial en España. La primera vez que cantó el gallo fue también con Felipe González, con la Alianza Atlántica de fondo. “Otan, de entrada no”. El socialismo de pana y tortilla hispano era contrario a la decisión adoptada por el efímero Calvo Sotelo, pero el camarada Billy Brandt cogió por las solapas a Felipe y le leyó la cartilla. Había que quedarse en la OTAN. Y Felipe reunió en su despacho de Moncloa a los editores y les pidió apoyo con gesto desgarrado. Se trataba de convencer a los españoles para que votaran sí en el referéndum, cuando el sentimiento mayoritario era no. En noviembre 1985, un sondeo reveló que el 46% de los ciudadanos era partidario de la salida, por solo un 19% favorable a la permanencia. De vuelta a Barcelona, Antonio Asensio reunió a los directores de los medios de Zeta en un almuerzo, reservado en la segunda planta del “Reno”, calle Tuset esquina Travesera de Gracia, para contarles lo ocurrido e impartir instrucciones. Allí estaban Lago, Franco, Sebastián y otros. Solo uno levantó el dedo para decir que por ahí no pasaba. Y el milagro se hizo: el 12 de marzo de 1986, el 52,5% de los españoles dijo sí a la continuidad en la OTAN, frente al 39,8% que apostó por el no.
Es indudable que Rodríguez Zapatero debería poder reunirse con los empresarios de la comunicación en condiciones de normalidad, como lo ha hecho con los banqueros, con la CEOE y con quien estime menester. Lo que sucede es que ZP convierte lo normal en anormal al etiquetar el encuentro de secreto. La alarma aumenta cuando se constata que la primera reacción de los servicios informativos de Presidencia fue negar el encuentro. ¿Por qué esconde el presidente del Gobierno sus actuaciones? ¿Los ciudadanos son menores de edad a los que hay que engañar, o unos malvados a los que mantener en la ignorancia? Con todo, más preocupante aún es el hecho de que los dueños de los media no hayan denunciado la intención de Moncloa de interferir en su línea informativa, o al menos no hayan dado cuenta pública de la reunión. Su decisión de mantener silencio a cal y canto, como les pidió Zapatero, pone de manifiesto su disposición a “colaborar” aun a costa de traicionar la función primigenia de control al Poder que en una sociedad democrática les compete. Quevedo al revés: “He de callar, solo que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo”.
Justo es reconocer que en el actual momento que vive España los editores tienen una misión esencial. En un país donde banqueros y ladrilleros siguen dando beneficios y repartiendo dividendos, que el Gobierno anuncie un plan de rescate para ellos tiene bemoles. El modelo oligárquico de partidos y sindicatos, sostenido casi en exclusiva por los PGE, necesita blindarse con un cinturón de silencio para resistir los embates, si los hubiere, de una opinión pública alarmada por el hecho de que los responsables del desaguisado, tanto públicos como privados, decidan apelar al uso de la riqueza nacional para taponar las vías de agua de quienes más tienen, sin explicar cómo se va a administrar tal estado de excepción financiera. Es verdad, la España anestesiada lo acepta todo, pero nunca se puede descartar que el señor de Alcorcón al que le han vendido un pisito a precio de oro que ahora parece que no vale nada, cuya hipoteca seguramente no va a poder pagar porque va a perder el curro, ese señor, digo, que mantiene familia con 1.500 euros mensuales, no agarre un soberano cabreo y decida un día, solo o en compañía de otros, coger carretera de Extremadura adelante y adentrarse en los madriles con la recortada en bandolera.
Ahí, en el filo de ese riesgo, es donde entran en juego los patronos de la prensa con su metralleta de letras. Se trata de mantener sedado al señor de Alcorcón diciéndole que aquí no pasa nada, que todo está en orden y no hay motivo para la alarma. Una función capital la suya. El ministro Bernat Soria ha dicho que en “un momento de crisis económica, es especialmente importante extremar la vigilancia sobre las enfermedades mentales”, y es que en época de vacas flacas al personal se le va la olla cantidad. Yo creo que lo que Soria ha querido decir es que no hacen falta en Segovia más loqueros o casas de San Juan de Dios, sino más porras, más cuarteles de Policía, más antidisturbios dispuestos a mantener a raya a los ofendidos de Alcorcón que han decidido subir hacia La Cibeles para, como los campesinos del cuadro Il Quarto Stato (Pelizza da Volpedo), profanar los palacetes del Madrid bancario y decir aquello de ¿qué hay de lo mío...?
Parece que esta no ha sido la última cena -o almuerzo- de Jesús Zapatero con los doce apóstoles de la prensa, que ha habido alguna más en el pasado reciente en torno a asuntos tan espinosos como la fallido proceso de paz con ETA, lo cual explica muchas cosas. La fundamental: que este tipo, capaz de mentir o negar la realidad con el mayor desparpajo, pueda salir vivito y coleando, sin coste político alguno, de los callejones sin salida a los que le conduce la osadía trufada de ignorancia que le distingue. El fenómeno se ha vuelto a repetir estos días. El tipo que hasta ayer negaba la existencia de la crisis, se pasea hoy por el prado y mata moscas con el rabo con aire de haber descubierto la penicilina, simplemente porque ha sabido subirse en marcha al tren de las medidas adoptadas por otros países, iniciativas que hasta el domingo 5 de octubre rebotaban como dardos de insidia contra los cristales del despacho de un petrificado ZP.
Dos semanas después, el tipo piafa y gallea ufano, protegido por el muro de silencio construido en su derredor por los señores de la prensa a los que recibe en secreto. Deslumbrante paradoja a la española: un presidente que a duras penas puede hacer aprobar los PGE por la minoría parlamentaria de que dispone, parece gozar de un poder sin parangón –superior incluso al de Franco desde el punto de vista económico-financiero-. Controla el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, que ha dejado de existir como poder independiente. Con los sindicatos por guardia de corps, se encama con la banca, mientras los dueños de los media –que esperan como agua de mayo su propio Plan de Rescate a lo Paulson- comen en su mano. Se entiende así que el artista no haya considerado pertinente pedir disculpas a la ciudadanía por tan contumaz desvarío a la hora de negar cualquier atisbo de crisis.
La realidad, sin embargo, es tozuda. Por fortuna, parece que las iniciativas de los Brown, Sarko y compañía, rebotadas aquí con presteza por Zapatero, han evitado la quiebra del sistema de pagos, pero, tras el triunfalismo consiguiente de los simples, el manual se impone: sigue su marcha inapelable la recesión de libro a que estamos abocados los españoles, fenómeno que, por desgracia, tiene pinta de ser una depresión capaz de enviar a 4 millones de españoles o más al paro. La evidencia es tan obvia que no se entiende el ataque de nervios de que parece haber sido víctima el entorno de Rajoy. Solo en el horizonte de esa crisis podría inscribirse con cierta lógica, por más que perversa, la iniciativa de cierto juez decidido, ¿con el aliento del Gobierno?, a investigar los crímenes cometidos durante guerra civil y dictadura, especie de causa general contra el franquismo orientada a reescribir la Historia. Solo una democracia como la nuestra, asediada por todo tipo de corrupciones, es capaz de consentir que aventureros como Garzón campen a sus anchas sin que nadie les llame al orden. El Campeador se enfrenta a la tarea de desenterrar fosas comunes por las cuatro esquinas. “España entretenida en destrozarse a sí misma”, que dice Víctor Pérez-Díaz. Hercúlea labor de años, que mantendrá a la derecha ocupada y a defensiva, prisionera de los fantasmas del pasado. Cientos de fosas y millones de parados. Silencio, se rueda. Tenemos dictablanda progre para mucho tiempo.
[Fuente: Por Jesús Cacho, El Confidencial, Madrid, 19oct08]
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