EQUIPO NIZKOR |
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05ago09
Siete puñales en el corazón de América
Leo y releo datos y artículos elaborados por personalidades inteligentes, conocidas o poco conocidas, que escriben en diversos medios y toman la información de fuentes no cuestionadas por nadie.
Los pueblos que habitan el planeta, en todas partes, corren riesgos económicos, ambientales y bélicos, derivados de la política de Estados Unidos, pero en ninguna otra región de la tierra se ven amenazados por tan graves problemas como sus vecinos, los pueblos ubicados en este continente al Sur de ese país hegemónico.
La presencia de tan poderoso imperio, que en todos los continentes y océanos dispone de bases militares, portaaviones y submarinos nucleares, buques de guerra modernos y aviones de combate sofisticados, portadores de todo tipo de armas, cientos de miles de soldados, cuyo gobierno reclama para ellos impunidad absoluta, constituye el más importante dolor de cabeza de cualquier gobierno, sea de izquierda, centro o derecha, aliado o no de Estados Unidos.
El problema, para los que somos vecinos suyos, no es que allí se hable otro idioma y sea una nación diferente. Hay norteamericanos de todos los colores y todos los orígenes. Son personas iguales que nosotros y capaces de cualquier sentimiento en un sentido u otro. Lo dramático es el sistema que allí se ha desarrollado e impuesto a todos. Tal sistema no es nuevo en cuanto al uso de la fuerza y los métodos de dominio que han prevalecido a lo largo de la historia. Lo nuevo es la época que vivimos. Abordar el asunto desde puntos de vista tradicionales es un error y no ayuda a nadie. Leer y conocer lo que piensan los defensores del sistema ilustra mucho, porque significa estar conscientes de la naturaleza de un sistema que se apoya en la constante apelación al egoísmo y los instintos más primarios de las personas.
De no existir la convicción del valor de la conciencia, y su capacidad de prevalecer sobre los instintos, no se podría expresar siquiera la esperanza de cambio en cualquier período de la brevísima historia del hombre. Tampoco podrían comprenderse los terribles obstáculos que se levantan para los diferentes líderes políticos en las naciones latinoamericanas o iberoamericanas del hemisferio. En último término, los pueblos que vivían en esta área del planeta desde hace decenas de miles de años, hasta el famoso descubrimiento de América, no tenían nada de latinos, de ibéricos o de europeos; sus rasgos eran más parecidos a los asiáticos, de donde procedieron sus antepasados. Hoy los vemos en los rostros de los indios de México, Centroamérica, Venezuela, Colombia, Ecuador, Brasil, Perú, Bolivia, Paraguay y Chile, un país donde los araucanos escribieron páginas imborrables. En determinadas zonas de Canadá y en Alaska conservan sus raíces indígenas con toda la pureza posible. Pero en el territorio principal de Estados Unidos, gran parte de los antiguos pobladores fueron exterminados por los conquistadores blancos.
Como conoce todo el mundo, millones de africanos fueron arrancados de sus tierras para trabajar como esclavos en este hemisferio. En algunas naciones como Haití y gran parte de las islas del Caribe, sus descendientes constituyen la mayoría de la población. En otros países forman amplios sectores. En Estados Unidos los descendientes de africanos constituyen decenas de millones de ciudadanos que, como norma, son los más pobres y discriminados.
A lo largo de siglos esa nación reclamó derechos privilegiados sobre nuestro continente. En los años de Martí trató de imponer una moneda única basada en el oro, un metal cuyo valor ha sido el más constante a lo largo de la historia. El comercio internacional, por lo general, se basaba en él. Hoy ni siquiera eso. Desde los años de Nixon, el comercio mundial se instrumentó con el billete de papel impreso por Estados Unidos: el dólar, una divisa que hoy vale alrededor de 27 veces menos que en los inicios de la década del 70, una de las tantas formas de dominar y estafar al resto del mundo. Hoy, sin embargo, otras divisas están sustituyendo al dólar en el comercio internacional y en las reservas de monedas convertibles.
Si por un lado las divisas del imperio se devalúan, en cambio sus reservas de fuerzas militares crecen. La ciencia y la tecnología más moderna, monopolizada por la superpotencia, han sido derivadas en grado considerable hacia el desarrollo de las armas. Actualmente no se habla solo de miles de proyectiles nucleares, o del poder destructivo moderno de las armas convencionales; se habla de aviones sin pilotos, tripulados por autómatas. No se trata de simple fantasía. Ya están siendo usadas algunas naves aéreas de ese tipo en Afganistán y otros puntos. Informes recientes señalan que en un futuro relativamente próximo, en el 2020, mucho antes de que el casquete de la Antártida se derrita, el imperio, entre sus 2 500 aviones de guerra, proyecta disponer de 1 100 aviones de combate F-35 y F-22, en sus versiones de caza y bombarderos de la quinta generación. Para tener una idea de ese potencial, baste decir que los que disponen en la base de Soto Cano, en Honduras, para el entrenamiento de pilotos de ese país son F-5; los que suministraron a las fuerzas aéreas de Venezuela antes de Chávez, a Chile y otros países, eran pequeñas escuadrillas de F-16.
Más importante todavía, el imperio proyecta que en el transcurso de 30 años todos los aviones de combate de Estados Unidos, desde los cazas hasta los bombarderos pesados y los aviones cisterna, serán tripulados por robots.
Ese poderío militar no es una necesidad del mundo, es una necesidad del sistema económico que el imperio le impone al mundo.
Cualquiera puede comprender que si los autómatas pueden sustituir a los pilotos de combate, también pueden sustituir a los obreros en muchas fábricas. Los acuerdos de libre comercio que el imperio trata de imponer a los países de este hemisferio implican que sus trabajadores tendrán que competir con la tecnología avanzada y los robots de la industria yanki.
Los robots no hacen huelgas, son obedientes y disciplinados. Hemos visto por la televisión máquinas que recogen las manzanas y otras frutas. La pregunta cabe hacerla también a los trabajadores norteamericanos. ¿Dónde estarán los puestos de trabajo? ¿Cuál es el futuro que el capitalismo sin fronteras, en su fase avanzada del desarrollo, asigna a los ciudadanos?
A la luz de esta y otras realidades, los gobernantes de los países de UNASUR, MERCOSUR, Grupo de Río y otros, no pueden dejar de analizar la justísima pregunta venezolana: ¿qué sentido tienen las bases militares y navales que Estados Unidos quiere establecer alrededor de Venezuela y en el corazón de Suramérica? Recuerdo que hace varios años, cuando entre Colombia y Venezuela, dos naciones hermanadas por la geografía y por la historia, las relaciones se volvieron peligrosamente tensas, Cuba promovió calladamente importantes pasos de paz entre ambos países. Nunca los cubanos estimularemos la guerra entre países hermanos. La experiencia histórica, el destino manifiesto proclamado y aplicado por Estados Unidos, y la endeblez de las acusaciones contra Venezuela de suministrar armas a las FARC, asociadas a las negociaciones con el propósito de conceder siete puntos de su territorio para uso aéreo y naval de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, obligan ineludiblemente a Venezuela a invertir en armas, recursos que podían emplearse en la economía, los programas sociales y la cooperación con otros países del área con menos desarrollo y recursos. No se arma Venezuela contra el pueblo hermano de Colombia, se arma contra el imperio, que intentó destruir ya la Revolución y hoy pretende instalar en las proximidades de la frontera venezolana sus armas sofisticadas.
Sería un error grave pensar que la amenaza es solo contra Venezuela; va dirigida a todos los países del Sur del continente. Ninguno podrá eludir el tema y así lo han declarado varios de ellos.
Las generaciones presentes y futuras juzgarán a sus líderes por la conducta que adopten en este momento. No se trata solo de Estados Unidos, sino de Estados Unidos y el sistema. ¿Qué ofrece? ¿Qué busca?
Ofrece el ALCA, es decir, la ruina anticipada de todos nuestros países, libre tránsito de bienes y de capital, pero no libre tránsito de personas. Experimentan ahora el temor de que la sociedad opulenta y consumista sea inundada de latinos pobres, indios, negros y mulatos o blancos sin empleo en sus propios países. Devuelven a todos los que cometen faltas o sobran. Los matan muchas veces antes de entrar, o los retornan como rebaños cuando no los necesitan; 12 millones de inmigrantes latinoamericanos o caribeños son ilegales en Estados Unidos. Una nueva economía ha surgido en nuestros países, especialmente los más pequeños y pobres: la de las remesas. Cuando hay crisis, ésta golpea sobre todo a los inmigrantes y a sus familiares. Padres e hijos son cruelmente separados a veces para siempre. Si el inmigrante está en edad militar, le otorgan la posibilidad de enrolarse para combatir a miles de kilómetros de distancia, "en nombre de la libertad y la democracia". Al regreso, si no mueren, les conceden el derecho a ser ciudadanos de Estados Unidos. Como están bien entrenados les ofrecen la posibilidad de contratarlos no como soldados oficiales, pero sí como civiles soldados de las empresas privadas que prestan servicios en las guerras imperiales de conquista.
Existen otros gravísimos peligros. Constantemente llegan noticias de los emigrantes mexicanos y de otros países de nuestra área que mueren intentando cruzar la actual frontera de México y Estados Unidos. La cuota de víctimas cada año supera con creces la totalidad de los que perdieron la vida en los casi 28 años de existencia del famoso muro de Berlín.
Lo más increíble todavía es que apenas circula por el mundo la noticia de una guerra que cuesta en este momento miles de vidas por año. Han muerto ya, en el 2009, más mexicanos que los soldados norteamericanos que murieron en la guerra de Bush contra Irak a lo largo de toda su administración.
La guerra en México ha sido desatada a causa del mayor mercado de drogas que existe en el mundo: el de Estados Unidos. Pero dentro de su territorio no existe una guerra entre la policía y las fuerzas armadas de Estados Unidos luchando contra los narcotraficantes. La guerra ha sido exportada a México y Centroamérica, pero especialmente al país azteca, más cercano al territorio de Estados Unidos. Las imágenes que se divulgan por la televisión, de cadáveres amontonados y las noticias que llegan de personas asesinadas en los propios salones de cirugía donde intentaban salvarles la vida, son horribles. Ninguna de esas imágenes procede de territorio norteamericano.
Tal ola de violencia y sangre se extiende en mayor o menor grado por los países de Suramérica. ¿De dónde proviene el dinero sino del infinito manantial que emerge del mercado norteamericano? A su vez, el consumo tiende también a extenderse a los demás países del área, causando más víctimas y más daño directo o indirecto que el SIDA, el paludismo y otras enfermedades juntas.
Los planes imperiales de dominación van precedidos de enormes sumas asignadas a las tareas de mentir y desinformar a la opinión pública. Cuentan para ello con la total complicidad de la oligarquía, la burguesía, la derecha intelectual y los medios masivos de divulgación.
Son expertos en divulgar los errores y las contradicciones de los políticos.
La suerte de la humanidad no debe quedar en manos de robots convertidos en personas o de personas convertidas en robots.
En el año 2010, el gobierno de Estados Unidos empleará 2 200 millones de dólares a través del Departamento de Estado y la USAID para promover su política, 12% más que los recibidos por el gobierno de Bush el último año de su mandato. De ellos, casi 450 millones se destinarán a demostrar que la tiranía impuesta al mundo significa democracia y respeto a los derechos humanos.
Apelan constantemente al instinto y al egoísmo de los seres humanos; desprecian el valor de la educación y la conciencia. Es evidente la resistencia demostrada por el pueblo cubano a lo largo de 50 años. Resistir es el arma a la que no pueden renunciar jamás los pueblos; los puertorriqueños lograron parar las maniobras militares en Vieques, situándose en el polígono de tiro.
La patria de Bolívar es hoy el país que más les preocupa, por su papel histórico en las luchas por la independencia de los pueblos de América. Los cubanos que prestan allí sus servicios como especialistas en la salud, educadores, profesores de educación física y deportes, informática, técnicos agrícolas, y otras áreas, deben darlo todo en el cumplimiento de sus deberes internacionalistas, para demostrar que los pueblos pueden resistir y ser portadores de los principios más sagrados de la sociedad humana. De lo contrario el imperio destruirá la civilización y la propia especie.
Fidel Castro Ruz
Agosto 5 de 2009
11 y 16 a.m.
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