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15ago20


Los cinco del cañaduzal: detalles de la masacre que enluta a Cali


Álvaro Caicedo fue el primero que vio los cinco cuerpos, a las 6:34 p. m. del martes 11 de agosto. Se acercó con una linterna y sintió ganas de vomitar y llorar. Las piernas no lo pudieron sostener más y se derrumbó sobre el cadáver de su hijo Álvaro José Caicedo. Lo abrazó y trató de levantarlo, pero lo encontró más pesado de lo habitual. No pudo despegar su espalda del piso, así que lloró y gritó hasta que la respiración le empezó a faltar. Los cadáveres estaban tirados en medio de un cañaduzal, tenían golpes, rayones en los brazos, heridas con arma blanca en el cuello y tiros de gracia en la cabeza

Uno a uno los familiares llegaron al sitio y reconocieron a las víctimas entre gritos, lágrimas y lamentos. Tirados en la maleza estaban los cuerpos de Juan Manuel Montaño, Leyder Cárdenas, Jean Paul Perlaza, Jair Andrés Cortés y Álvaro José Caicedo, todos afrodescendientes entre los 14 y los 15 años. Bailarines, futbolistas, alegres, soñadores y unidos. Se conocían desde la fundación del barrio Llano Verde en Cali hace siete años. Sus familias, al igual que las otras 4.000 del sector, llegaron desplazadas de la costa del Pacífico. En esa zona encontraron refugio para olvidar los días de violencia en sus territorios y resignificar la vida.

Llano Verde es un barrio de viviendas de interés social, ubicadas en el costado suroriental de la ciudad, muy cerca de los cañaduzales y al río Cauca. Hasta hace diez años ese territorio pertenecía a la Cali rural. Ahí se conocieron Juan Manuel, Leyder, Jean Paul, Jair y Álvaro. Forjaron su amistad entre correrías, fútbol, baile y travesuras. Eran inseparables. "Casi que caminaban al mismo paso", cuenta uno de los familiares.

Todas las mañanas y tardes durante la cuarentena iban a ese cañaduzal, donde hay dos lagunas de agua cristalina y fría. "Los vi varias veces. Yo venía a pescar y ellos a bañarse", cuenta Róbinson Montaño, residente en Llano Verde. Incluso recuerda que los vio el día anterior: "Eran pelados muy sanos, que venían aquí a nadar, porque el calor por estos días es tremendo".

"Había dos patrullas y estaban con dos cuidadores de ese cañaduzal, que tenían los machetes en las manos y manchas de sangre en la cara. Necesitamos que esta situación se esclarezca y que la Policía nos explique por qué tenían una actitud sospechosa"

A las cuatro de la tarde sus familiares encendieron las alarmas, pues los jóvenes no fueron a almorzar ni nadie daba razón de ellos. Comenzaron a buscarlos media hora después. Como en Llano Verde hay pandillas que se disputan el territorio, la preocupación era grande.

Los buscaron en los parques, casas, sectores aledaños, hasta que alguien les dijo que los vio pasar temprano al cañaduzal. Ya eran las seis de la tarde. Álvaro caminaba más rápido que los demás, estaba impaciente y ansioso. Recuerda que con las manos se abrió paso entre algunas matas de caña y vio a varios policías. Se acercó con cautela. Tenía miedo. Y cuando pasó una pequeña zanja encontró a su hijo tirado, sin camisa y bañado en sangre.

No volvió a tener lucidez hasta el viernes, cuando les dieron el último adiós en la cancha central del barrio. Los familiares y amigos llegaron con los ataúdes en los brazos y los ubicaron en fila india, de cara a la tarima principal, donde esperaban cinco sacerdotes, el alcalde Jorge Iván Ospina y el ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo García.

"Aquí es donde termina todo y nos dirigimos a despedir a nuestros niños. Yo quiero que entiendan que la gente reunida aquí pide justicia. Nos gustaría que los que hicieron esto entendieran que los seres humanos cometemos errores, pero podemos reconocerlo. Yo sé que ellos cometieron un error y espero que se entreguen", dijo Álvaro entre lágrimas.

Álvaro José cursaba noveno grado en el colegio de Llano Verde y en la última entrega de notas lo reconocieron como el mejor estudiante de su curso. Juan Manuel tenía futuro en el fútbol, debajo de los tres palos era un chico talentoso. Leyder Cárdenas siempre fue buen bailarín y junto a Jean Paul y Jair integraban una agrupación de baile urbano. Los cinco permanecían unidos, aun en situaciones adversas.

Todavía no hay claridad sobre lo que ocurrió en ese cañaduzal, ni quiénes ni por qué asesinaron a los cinco adolescentes. Los familiares cuestionan la presencia de uniformados en ese sector cuando hallaron los cadáveres. "Había dos patrullas y estaban con dos cuidadores de ese cañaduzal, que tenían los machetes en las manos y manchas de sangre en la cara. Necesitamos que esta situación se esclarezca y que la Policía nos explique por qué tenían una actitud sospechosa", denuncia un familiar de las víctimas.

La lideresa Erlendy Cuero asegura que la violencia es cada vez más perturbadora en Llano Verde. "Esta no es una situación solo de hoy, sino de hechos que se han venido presentando de manera recurrente. Desde la fundación del barrio han sido asesinados 200 jóvenes", dice. Ella es víctima del conflicto armado y una de las primeras residentes de Llano Verde. Hoy tiene esquema de seguridad, pero ni así puede dormir en su casa. "En cualquier momento me pueden lanzar una granada".

"Aquí hay bandas organizadas de los grupos alzados en armas, porque esa forma de asesinar degollando a los jóvenes no es simple delincuencia común. No es común que ese tipo de prácticas se hagan en una ciudad", cuenta Erlendy. Sus miedos y denuncias tienen muchas razones. Mientras velaban a los cincos jóvenes, alguien lanzó una granada contra el CAI de Policía del barrio. Una persona murió y 16 más quedaron heridas, entre ellas una bebé de diez meses.

Estructuras poderosas

Llano Verde es uno de los últimos barrios de Cali por el costado suroriental. Trochas, cañaduzales y pasos porosos lo unen con el corregimiento Hormiguero, que a su vez colinda con el norte del Cauca, donde hay presencia de la columna disidente Dagoberto Ramos y grandes cultivos de marihuana.

En 2018 varios concejales y la Defensoría del Pueblo alertaron sobre estructuras criminales que reclutan a la fuerza a jóvenes de Llano Verde. Extraoficialmente, SEMANA conoció que en ese barrio opera una banda conocida como los Suzuki, que se encargan de entrar grandes cargamentos de droga a la ciudad. Son especies de coyotes que conocen todos los rincones de esos cañaduzales y pasos porosos que unen a Cali con el norte del Cauca.

"Ellos han hecho de ese sector la ruta predilecta para la entrada de droga a la ciudad. Y no estamos hablando de pequeñas dosis, sino de grandes cargamentos", le dijo a SEMANA uno de los investigadores. En Llano Verde distribuyen el alucinógeno y deciden para qué parte de la ciudad enviar cada dosis. Todo eso lo hacen entre la vegetación.

Los Suzuki tienen relación directa con la columna Dagoberto Ramos, la misma estructura disidente que masacró a la gobernadora indígena Cristina Bautista y a cinco comuneros más el año pasado en Tacueyó. Además, según las autoridades del Cauca, han cometido más de 15 masacres en Caloto, Miranda, Toribío y Corinto, municipios a 40 minutos de Cali en carro.

La lideresa Francia Márquez ha estudiado este fenómeno creciente de violencia en el oriente de Cali. Asegura que "hay estructuras muy poderosas que ejercen el control del territorio. Lo que está pasando no es gratis".

El alcalde Ospina dijo que ya tenía suficiente información sobre lo ocurrido e invitó a los autores de esta masacre a entregarse. Su despacho y la Gobernación del Valle ofrecieron una recompensa de 200 millones para quien proporcione datos que puedan conducir a la captura de los asesinos.

Mientras tanto, crece la hipótesis de que los cinco adolescentes se toparon con integrantes de esta banda al servicio del narcotráfico. "Seguramente ellos vieron algo o esta gente se los quiso llevar y ellos no quisieron, y por eso los mataron. Los mataron por ser muchachos sanos", dice un residente del sector. La comunidad marchó y levantó sus voces para rechazar este crimen. A pesar del miedo -y de la covid- salieron a las calles para enviarles un mensaje a los violentos. La muerte de Juan Manuel, Leyder, Jean Paul, Jair y Álvaro sacudió a Llano Verde y dolió más que cualquier otra.

[Fuente: Revista Semana, Bogotá, 15ago20]

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