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09dic04
El doble crimen del comandante Parera.
El ex comando Javier Sobarzo Sepúlveda pidió a gritos a los boinas negras del comandante Carlos Parera Silva que no lo remataran en el suelo. En un charco de su sangre que se entremezclaba con la de sus otros cuatro compañeros sobre el pavimento de la carretera a Santiago, sobrevivía a las ráfagas de los fusiles SIG 7.62.
Otros dos también mostraban signos vitales y rogaban seguir viviendo. Pero no hubo clemencia. Uno de los oficiales volvió a dispararles. Era la madrugada del 15 de septiembre de 1973.
Los cinco prisioneros permanecían con sus manos amarradas a la espalda y habían pertenecido a la Escuela de Paracaidistas y Fuerzas Especiales, conocidos como los comandos boinas negras, hasta 1970. El 4 de mayo de ese año fueron dados de baja junto a otros compañeros, acusados de simpatizar con partidos de izquierda que llevaron al triunfo presidencial a Salvador Allende y la Unidad Popular.
Los comandos de Parera, quien era el segundo comandante de esa escuela siendo el primero el teniente coronel Alejandro Medina Lois, subieron los cuerpos al camión en el que los transportaban y los llevaron a la morgue de Santiago.
Los habían sacado desde la Escuela de Paracaidistas en la zona de Peldehue, al norte de Santiago, donde los tenían detenidos desde hacía un par de días, engañados de que los trasladaban al Estadio Nacional. Pero a la altura del kilómetro 5 de la carretera a Santiago, los obligaron a bajar para matarlos. Los pusieron sobre la calzada de espaldas al cerro y los acribillaron.
Los funcionarios de la morgue escucharon quejidos y se dieron cuenta de que uno de los cinco seguía con vida. Lo subieron a un furgón de servicio y lo condujeron al cercano Hospital José Joaquín Aguirre de la Universidad de Chile. Increíblemente, Javier Sobarzo se resistía a morir. Una monja se apiadó de él que le clamaba para que avisara a su esposa en la localidad de Colina, cerca de Peldehue. Con voz débil y entrecortada, Sobarzo le contó a la monja la historia. La religiosa llamó a la esposa por teléfono y le dijo que llegara urgente al hospital. Todavía era de día y no regía el toque de queda. La mujer llegó al hospital momentos después y pudo hablar con su marido. A duras penas Sobarzo le pidió que arreglara algunas cosas y le dio un par de instrucciones. Poco después la mujer volvió a su casa en Colina. Pero cometió el error de comentar lo sucedido con las vecinas. Mientras tanto, Sobarzo era tratado por los médicos que bregaban por salvarlo.
Los pronósticos no eran tan malos a pesar de las múltiples heridas a bala, pues sin explicación, no habían comprometido núcleos vitales.
El error del comentario de la mujer a las vecinas produjo resultados. A las pocas horas un grupo de oficiales de la Escuela de Paracaidistas llegó al hospital en dos vehículos, uno de ellos una ambulancia de la unidad. Junto a ellos iba un médico militar. Ordenaron que les entregaron a Sobarzo, pero la monja se opuso argumentando que era un pecado mover a ese hombre en las condiciones en que estaba. Los oficiales igual lo sacaron. La monja les dijo que el hombre no se iría sin ella. El médico militar habló con los oficiales y accedieron a la compañía, pero al llegar a las puertas del Hospital Militar la echaron. Al día siguiente la religiosa regresó temprano a ese hospital a preguntar por Sobarzo. La atendió el mismo médico militar. “Mire madre, no se meta en lo que no le importa. Váyase de aquí. El hombre que busca murió y lo llevamos a la morgue. Búsquelo allá”, le dijo de mal modo. El protocolo de autopsia de Sobarzo indica “estallido de cráneo con pérdida total de masa encefálica”, heridas que no tenía al quedar con vida. Lo habían vuelto a rematar en el Hospital Militar, pero ahora directo a la cabeza. Los restos de Sobarzo fueron hallados en 1990 en el Patio 29 del Cementerio General. Esta historia fue reconstruida por el juez Sergio Muñoz en el proceso.
[Fuente: La Nación, Santiago de Chile, 09dic04]
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