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26ago07
La verdadera historia detrás del secuestro de Carreño
Una de las más mediáticas acciones políticas del FPMR, realizada en 1987, se está transformando en una operación que estaría vinculada al tráfico de armas y a la disputa de dos bandos por liderar un negocio ilícito con Irán. Existen sospechas de que miembros de las FF.AA. actuaron y que el Frente fue infiltrado hace 20 años.
Cerca de la esquina de Vicuña Mackenna con Santa Isabel, un coronel retirado camina con paso firme, siempre con la vista al frente y las manos en los bolsillos. Su rostro parece inmutable, pero, mirados más de cerca, sus ojos, casi ocultos bajo un jockey cuadrillé, se agitan constantemente de lado a lado recorriendo toda la visual posible. Los bultos que Carlos Carreño Barrera lleva en los bolsillos de su abrigo azul son un par de manos tensas que parecieran apretar o empuñar algo, alertas frente a cualquier imprevisto. Es que hace ya 20 años el coronel retirado fue el protagonista de uno de los episodios más espectaculares que registran las crónicas nacionales de plagios, luego de que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) lo secuestrara el 1 de septiembre de 1987.
Carreño sobrevivió a esta situación, pues fue liberado tres meses después de su captura. Y tres años más tarde, el Ejército lo llamó a retiro anticipadamente por "problemas de salud". Pasó varios años en un autoexilio y hoy vive de su pensión y gracias a las clases de balística que dicta en la Universidad Tecnológica Metropolitana.
Su experiencia no pasó inadvertida para varios de los jueces que actualmente investigan violaciones de los derechos humanos y tráfico de armas. Ha declarado como testigo en más de un caso y su relato hoy está más cerca que nunca de echar por tierra las motivaciones que hubo para su supuesto secuestro. El contexto en que ocurrieron los hechos también está puesto en duda, ahora que la justicia ha logrado determinar los oscuros negocios que se realizaron en las postrimerías de la dictadura.
Hace tres años, el expediente de este caso, que permanecía empolvado en el archivo judicial, fue adjuntado a la investigación de la desaparición de cinco jóvenes frentistas, ocurrido una semana después de que Carreño fuera plagiado. Actualmente, el caso está en manos del ministro Mario Carroza y registra una intensa actividad. Lo más relevante es que el magistrado está dispuesto a abrir una investigación paralela por su secuestro, en consideración a los antecedentes que están apareciendo.
¿Fue el secuestro de Carreño una operación vinculada al tráfico de armas y a la disputa entre Famae y las Industrias Cardoen? ¿Quién se beneficiaba con esta acción militar? ¿Hubo infiltración al interior del FPMR que facilitó la elección de Carreño como objetivo?
El juez Carroza lleva varias semanas estudiando el expediente y, aunque ya se dictaron procesamientos, su objetivo apunta a aclarar cualquier delito conexo al caso. En este sentido, el magistrado confirmó a LND que existen antecedentes fundados para abrir un cuaderno separado para el caso Carreño. Con ello reabriría la caja de Pandora de una historia que, supuestamente, se había cerrado hace dos décadas.
A la espera de un decisivo informe de la Brigada de Asuntos Especiales y Derechos Humanos de la policía civil, el juez sostiene que aún no ha tomado conocimiento directo de los antecedentes, pero "entiendo que apuntan a la responsabilidad de otras personas. Si eso es así, lo que corresponde es la apertura de una investigación".
Consultado respecto a un eventual conflicto con la justicia militar, que está a cargo del caso, Carroza señala que "primero hay que iniciar la investigación y si en ese camino se descubren similitudes o hechos que puedan discutir una contienda, se verá en su momento".
El hombre de azul
Hasta ahora, y pese al tiempo que ha pasado, Carlos Carreño continúa asustado por lo que le tocó vivir durante el secuestro a manos del FPMR. El coronel (R) teme a sus captores, quienes lo habrían dejado libre luego que llegara a un acuerdo con ellos, convenciéndolos de que él no era la persona indicada para proporcionarles la información que buscaban. Pero, sobre todo, desconfía de los servicios de inteligencia del Ejército de la época, porque durante el período que duró su cautiverio (93 días) y en los momentos posteriores, fueron ellos los que lo hicieron temer por su vida.
Fuentes ligadas a la investigación efectuada por la Segunda Fiscalía Militar de Santiago, que cerró el caso tras confirmarse las condenas dictadas inicialmente contra miembros del Frente, indicaron que las indagaciones del ex fiscal del Ejército Fernando Torres Silva fueron "livianas" y siempre orientadas exclusivamente hacia la participación del Frente. Por ello es que hay preocupación en círculos militares debido a las dimensiones que podría adquirir la investigación de Carroza, considerando que se investigaría la posible infiltración del grupo subversivo, a los oficiales o la entidad militar que estuvo detrás, y el verdadero propósito del mediático secuestro.
Nada que se sospechara el 1 de septiembre de 1987, cuando el coronel Carlos Carreño fue plagiado a las afueras de su casa ubicada en Simón Bolívar, cuando se disponía a partir a las oficinas de Famae en calle Rondizzoni, por un comando integrado por cuatro frentistas.
Durante los casi 100 días que permaneció en cautiverio, Carreño estuvo en Santiago, Buenos Aires y S o Paulo. Conforme pasaba el tiempo, la relación con sus captores se fue estrechando, al punto que se enteró de situaciones digitadas por los organismos de inteligencia chilenos, que más que resguardar su vida, la ponían en peligro.
Lo más grave fue la noticia del secuestro de los cinco frentistas. En un principio, el hecho fue interpretado como el intento por buscar una moneda de cambio para recuperar al coronel. Pero, con la desaparición de los subversivos, el mensaje para Carreño y sus raptores fue evidente: no había intención de negociar por su vida. En su círculo íntimo, el coronel (R) ha reconocido que llegó a tener una estrecha relación con los frentistas, al punto que, poco antes de ser liberado en Brasil, selló un pacto de silencio con sus captores.
Durante los tres meses en que estuvieron juntos, Carreño fue interrogado sobre el diseño de armas y la venta de las bombas avispa a Irán. Además, hablaron de fútbol, música y comidas. Hasta ahora, el ex militar está convencido de que esa relación fue decisiva para su liberación.
Mientras vivió el cautiverio, su familia pasaba por el calvario que significa desconocer el real destino de un ser querido.
Dentro de este tenso período, el actual director de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE), general Ricardo Ortega, era un teniente comisionado al G-4, grupo a cargo de reprimir movimientos subversivos en los sectores populares. Como tal, visitó en varias ocasiones la casa de Carreño, se entrevistó con su esposa y el resto de la familia. En todo momento, el entorno del secuestrado coronel sintió que Ortega desconfiaba de ellos, que insinuaba una supuesta traición e intentaba sacarles información.
Los padres del coronel Carreño, desesperados al ver la actitud del Ejército, acudieron a las oficinas del general Santiago Sinclair, entonces vicecomandante del Ejército, para solicitar información. Sin embargo, no obtuvieron ninguna ayuda. Salieron de su oficina llorando y temiendo lo peor.
Lo que ahora está claro en las indagaciones llevadas a cabo por la Policía de Investigaciones es que, en ese entonces, los frentistas descartaron asesinarlo, a sabiendas que cinco de sus camaradas habían sido secuestrados.
El 3 de diciembre de 1987, Carreño fue dejado libre en Sao Paulo, en la puerta del diario "O Estado", donde lo recibió un joven periodista de la sección internacional, Cristián Bofill. El lugar fue elegido para proteger su vida, ya que los secuestradores temían que los organismos de inteligencia nacionales lo encontraran antes y terminaran con su vida. ¿Por qué el Frente creía que Carreño podría ser asesinado por sus camaradas de armas?
El coronel todavía no lo entiende. Sin embargo, cuando fue recibido por el fiscal Torres Silva, su temor creció, porque lejos de estar contento con su regreso, parecía molesto. La relación entre ambos se fue tensionando hasta llegar a un límite. Torres, convencido de una tesis investigativa, se negó en ocasiones sucesivas a escuchar los detalles de la declaración prestada por Carreño. Una fuente cercana al caso recuerda: "Uno de los pocos lugares que el coronel recordaba bien eran los baños donde había permanecido, ya que era el único sitio donde se podía quitar la venda. El fiscal lo llevó hasta una casa donde supuestamente había permanecido. Le mostró el baño y le dijo: Mire este lugar, porque usted estuvo aquí . No, señor, yo jamás he pisado este sitio. Estoy completamente seguro , respondió Carreño. ¡Sí, estuvo aquí! , agregó ásperamente Torres Silva. Bueno, para qué me pregunta entonces. Si usted dice que estuve, entonces es así , terminó el diálogo Carreño que, en ese momento, ya se veía muy temeroso".
El negocio
El secuestro de Carreño se produjo en una etapa crítica del incipiente negocio de armas que por ese tiempo había iniciado la dictadura, a través de Famae. Un año antes, en 1986, varios altos oficiales del Ejército se frotaban las manos pensando en lo que podía ser el negocio de sus vidas. Famae, asociada con la empresa fantasma Ferrimar, había logrado un millonario contrato con el gobierno de Irán: la venta de 300 bombas, tipo cluster, también llamadas "avispa".
La apertura de ese mercado abría perspectivas insospechadas para esa época, ya que el país persa se encontraba enfrascado en una larga, sangrienta y millonaria guerra con su vecino Irak, este último apoyado por Estados Unidos.
Las tratativas, logradas gracias la intervención del traficante de armas francés Bernard Stroiazzo, habían facilitado un mecanismo para burlar el embargo que la ONU impuso al régimen de los ayatolás. Sin embargo, poco tiempo después, todo pareció desplomarse.
Tres de los 15 artefactos que Famae había enviado secretamente para ser probados por la aviación iraní fallaron. No sólo no funcionaron, sino que destruyeron un cazabombardero Phantom F-4 y, en el accidente, resultó herido de gravedad el segundo hombre de la Fuerza Aérea persa.
Teherán, de inmediato, solicitó compensaciones. Pinochet debió convocar a la negociación al comandante en jefe de la FACh e integrante de la Junta Militar de Gobierno, Fernando Matthei, para disponer aviones para probar las "avispas" y preparar la venta a bajo costo de 15 aviones F-5, de dotación de la aviación nacional.
El representante del Ministerio de Defensa iraní, Mohamed Hosseini, viajó a Chile junto al francés Stroiazzo. Ambos sostuvieron una reunión con altos personeros de la FACh y Famae, para cerrar el nuevo trato. Carlos Carreño estuvo en esa reunión.
En agosto de 1987 estaba todo listo para que el coronel viajara a Teherán. No obstante, fuentes calificadas sostienen que el gerente comercial de Famae llevaría en el maletín una propuesta mucho más ambiciosa que la venta de los aviones.
El propio Carreño ha manifestado en el último tiempo, tanto a la policía como a cercanos, que no había tales compensaciones, y que el verdadero propósito de Irán era que Chile, a través de Famae, suscribiera un contrato para enviar importantes cargamentos de armas por 15 años. Por ese entones, Famae tenía entre sus principales proyectos, a concretar en un mediano plazo, la fabricación de poderosas minas submarinas las que habría resultado clave para bloquear el golfo Pérsico , el polémico cohete Rayo y la licencia para fabricar carros Mowag.
Algunos de los que conocieron detalles de la operación recuerdan que a esas alturas, la relación entre el jefe de la aviación y el dictador era sumamente fría, y que Matthei no estaba de acuerdo con las negociaciones que se estaban realizando con Irán. Fuentes vinculadas al negocio de las armas reconocen que el ex comandante en jefe de la FACh y el empresario Carlos Cardoen, entonces propietario de Industrias Cardoen S.A., fábrica de armas que competía exitosamente con Famae, mantenían una estrecha amistad.
Años antes, Cardoen había diseñado un efectivo modelo de bomba "racimo" que redundó en un millonario negocio que concretó con Irak. Cuando se conoció que Famae había desarrollado un modelo similar, se desató una pugna pública y judicial entre ambas empresas, por la acusación del empresario sobre el plagio de su diseño. La situación era a lo menos insólita: dos empresas nacionales realizando acciones concretas para proveer de material bélico a bandos contrarios en una guerra.
De allí que la tesis de que el secuestro del coronel Carreño haya tenido sólo motivaciones políticas por parte del FPMR disminuya su fuerza. La idea se ha acentuado sobre la base de los insólitos interrogatorios a los que fue sometido el coronel, tanto por sus captores del FPMR como por miembros del Ejército, una vez que fue liberado. En ambos casos el tema central fue la venta de armas a Irán.
Ahora bien, ¿qué tenía que ver el FPMR en todo esto?
El topo
Hace varios meses, en el departamento de un sencillo barrio de Bruselas (Bélgica), se realizó una particular reunión de chilenos. Hasta allí fueron llegando uno a uno antiguos jerarcas del FPMR.
"El Frente nunca ha sido completamente desarticulado; desde que cesaron las operaciones violentas, ellos se mantienen en contacto, se reúnen y se entrenan. No me pregunte para qué", señalan en la Policía de Investigaciones respecto a los movimientos que, cada cierto tiempo, realizan los remanentes de esa organización.
Hasta donde pudo conocer LND, una de las discusiones más sensibles es el reconocimiento de que el FPMR fue infiltrado antes de 1987. El secuestro del coronel Carlos Carreño habría sido digitado por miembros del Ejército y llevado a la práctica por un "topo" que convenció a la dirección del FPMR de la conveniencia de la acción.
Esto es parte de los antecedentes acumulados en el último tiempo, en conocimiento de la policía y de algunos jueces que indagan violaciones de los derechos humanos y tráfico de armas.
Las indagaciones en el marco del caso de los cinco frentistas han llegado incluso a Bélgica. Luego de varios viajes por Europa y entrevistas con las altas jerarquías, la Policía de Investigaciones ha confeccionado una carpeta con los posibles nombres del infiltrado. Se trataría de un miembro del Ejército ingresado a las huestes rodriguistas desde su juventud. El "topo" habría llegado a tener una posición influyente dentro de la estructura y habría sido él quien, luego del descarte del primer objetivo a secuestrar, recomendó el nombre de Carreño. Actualmente las sospechas recaen sobre cuatro integrantes del FPMR; sin embargo, uno en especial genera mayores sospechas dentro de la policía civil. El personaje en cuestión tiene un apellido compuesto cuyas iniciales son D. P.
Un grupo importante de viejos comandantes y mandos medios estima que las posibilidades de infiltración siempre estuvieron dentro de los temas con que debieron lidiar. Pero, en lo que respecta a Carreño, recuerdan que el hecho ocurrió justo en momentos en que las discusiones internas provocaron la división del grupo y el nacimiento del Frente Autónomo, alejado de la órbita del PC.
Así, personas que habían ocupado mandos medios, que no pertenecían a la generación fundadora, asumieron cargos directivos. Hoy, las sospechas apuntan a ese grupo.
Carreño, segundo objetivo
Con 39 años a cuestas y una discreta vida profesional, el teniente coronel y subdirector de Famae era un tipo común y corriente. De bajo perfil, sin vínculos políticos evidentes ni un historial de violencia, a diferencia de personajes odiados por la oposición, como Manuel Contreras o Álvaro Corbalán, su rutina transcurría de la casa al trabajo y viceversa. Casado con Loreto Rojas y padre de tres hijos, Carlos Carreño Barrera seguía el camino lógico para un oficial sin ambiciones de generalato ni aprecio por el mando de tropa. Había sí algo que lo movía: el desarrollo de armas. Materia a la que se dedicó con afán de cirujano desde 1979, año en que se incorporó a Famae.
La decisión que terminó con Carreño secuestrado sigue siendo un misterio dilucidado a medias. "Simón", uno de los responsables de trasladar a Carreño a Brasil y liberarlo en S o Paulo, aseguró a los autores del libro "Operación Príncipe", que en julio de 1987 recopilaron información sobre cinco candidatos del Ejército. También que, a mediados del mes siguiente, "se hizo una preselección de tres de ellos: uno principal, uno secundario y uno de reserva. En ese momento, la prioridad la tuvo el teniente coronel Carlos Carreño". ¿Por qué? "En primer lugar, sabíamos que era un militar que no estaba comprometido en crímenes contra la oposición; si no hubiera sido así, en vez de secuestrarlo amigablemente , quizás habríamos realizado una operación más contundente. En segundo lugar, era hombre profundamente cristiano: iba a ser más receptivo al mensaje que queríamos enviarle a las Fuerzas Armadas. Y, en tercer lugar, era el que tenía menos custodia". Entre todos, el último punto es quizá el más relevante. Carreño, además, era uno de los pocos oficiales que no vivía en condominios castrenses.
Otros frentistas que tomaron parte de las tareas de exploración previas aseguran que Carreño no era el principal candidato, sino que Gerardo Ramírez Chovar. El comandante formaba parte de la escolta de Pinochet. También era un experimentado comando que había instruido a varios agentes de la CNI en técnicas de lucha antisubversiva. En su caso, dicen las fuentes consultadas, era altamente probable que el secuestro no fuera "amigable".
Ramírez Chovar, actualmente coronel en retiro, vivía en una casa de avenida Salvador, a media cuadra de José Domingo Cañas. El grupo de exploración chequeó sin problemas sus movimientos. Sin embargo, el secuestro se abortó porque el día escogido "había un lechero, un barrendero, tipos que durante los chequeos previos nunca habían aparecido", dice un miembro del grupo. "Fue ahí que Carreño tuvo prioridad", sostuvo.
El ex coronel no quiere hablar del tema, evade cualquier contacto con la prensa y reclama por la tranquilidad propia y la de su familia. Vive sumido en un aparente silencio, oculto tras los equipos del laboratorio donde hoy enseña a sus alumnos a aclarar crímenes, identificando distintos tipos de armamentos. Y muy pocos saben el límite de sus verdaderos conocimientos.
Los desaparecidos de Carreño
Una semana después del plagio del coronel Carlos Carreño, cinco miembros del FPMR fueron secuestrados por agentes de la Central Nacional de Informaciones, CNI.
La investigación iniciada por el ex ministro de la Corte de Apelaciones Hugo Dolmetsch acreditó que Gonzalo Fuenzalida Navarrete, Julio Muñoz Otárola, José Peña Maltés, Alejandro Pinochet Arenas y Manuel Sepúlveda Sánchez fueron llevados hasta el Cuartel Borgoño, donde permanecieron detenidos por varios días. Posteriormente, fueron entregados a funcionarios del ex Batallón de Inteligencia del Ejército (BIE), quienes los habrían asesinado y lanzado al mar en las cercanías del puerto de San Antonio.
Este acto criminal es el único donde se encuentra probada la acción de integrantes del aparato de inteligencia del Ejército, luego de que Álvaro Corbalán declarara que habían participado en conjunto con los aparatos de inteligencia del Ejército. La afirmación hizo crecer las sospechas respecto de la verdadera naturaleza del secuestro tanto de Carreño como de los miembros del FPMR.
Por este caso permanecen procesados por secuestro calificado los miembros de la CNI Víctor Ruiz Montoya, Arturo Sanhueza y Luis Santibáñez. En calidad de coautores, Hugo Salas Wenzel y sus dos colaboradores, Álvaro Corbalán y Krantz Bauer. Les siguen por el mismo delito Manuel Morales, César Acuña y René Valdovinos. Como encubridores están los oficiales (R) del Ejército Gonzalo Asenjo –quien se suicidó en octubre– y Rodrigo Pérez.
Posteriormente, en 2007 fueron procesados el jefe del BIE, Julio Cerda Carrasco, y Fernando Rafael Rojas Tapia como coautores. En calidad de encubridores fueron encausados Aquiles Navarrete Izarnotegui, Víctor Mario Campos Valladares y Hugo Rodrigo Barría Rogers.
[Fuente: La Nación, Santiago de Chile, 26ago07]
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