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10oct07
La Iglesia Católica habló: "el demonio es el testigo falso"
El sacerdote Von Wernich al final habló. La Iglesia católica al final habló. Confiado, seguro, soberbio, altanero, miró al tribunal, miró a la cámara y pidió diez minutos. Miró también fijo al crucifijo que presidía la sala (¿hasta cuándo será un salón sacro un tribunal de Justicia?) y habló, explícito, en su condición de sacerdote católico.
No era alguien que se preguntaba sobre su pasado o que ponía en duda su accionar. Por el contrario, seguro de sí mismo, reafirmaba con voz potente y manos que lo acompañaban, que había hecho lo que tenía que hacer. Dios y la Iglesia se lo habían pedido y ordenado. El cumplía.
Y para que no quedaran dudas de que hablaba un sacerdote, la Iglesia Católica por su intermedio, utilizó todos los símbolos católicos disponibles. Jesús, Cristo, la Biblia, Dios, María, el Demonio, el pecado, la confesión, los sacramentos y los 2000 años de historia de la Iglesia de la cual él forma parte, nos dijo, nos recordó y nos amenazó, lo estaban en ese momento acompañando.
En la sala, momentos antes habíamos escuchado los alegatos: ayer de la querella y hoy de la defensa. Lo novedoso de este juicio fue que la defensa de Von Wernich reconoció aquello que hoy sectores de poder continúan negando: que hubo miles de detenidos-desaparecidos, de torturados, de prisioneros, de campos de reclusión y un plan de terror implementado desde el Estado para eliminar a sus opositores. Es un gran avance frente a los que niegan estos crímenes de lesa humanidad. Pero a renglón seguido, era la lógica de su defensa, intentaron minimizar su participación en los hechos que se le imputaban, dado que se trataba de "un simple capellán de la policía". Von Wernich: ¡un perejil!
Por eso el reo Von Wernich insistió que su tarea había sido la de confesar, la de brindar paz y trato a los detenidos... Hay que ser hipócrita para mencionar la palabra paz cuando la Policía Bonaerense, de la cual era el principal asesor, colaborador y legitimador fue responsable durante la dictadura de miles de detenidos-desaparecidos, torturados, asesinados, encarcelados...
Pero estamos ante un confesor que no confiesa, que enmudece cuando debe decirnos dónde están los cuerpos de los detenidos-desaparecidos cuando era el asesor del coronel Camps; dónde están los cuerpos de las madres asesinadas luego de dar nacimiento a sus bebés; dónde están los bebés nacidos en cautiverio; quiénes armaron con él los planes de exterminio, colaboraron en torturar y asesinar... aquí la Iglesia Católica, como lo viene haciendo desde 1976, vuelve a callar, a no hablar, a seguir apostando al vínculo entre militarización y catolización, entre Patria y Nación católica, en preferir pactos corporativos a la búsqueda de la justicia, ese nuevo nombre de la paz.
Y es importante recordar una vez más que la reconciliación, la confesión, el pedir perdón en la larga tradición judeo-cristiana, significa construir justicia, es decir, reconocer y hacer memoria de los daños realizados, rehacer el tejido social destruido por esa injusticia y hacer público el deseo de no volver a realizarlo.
Por eso, aunque Von Vernich habló de la confesión no hubo en él ningún gesto, palabra ni mirada de arrepentimiento. Más aún, citando al cardenal Bergoglio, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina en su discurso del domingo en el santuario de Luján, trató de descalificar a todos y todas aquellos que lo habían acusado en el juicio con sus mismas palabras "el demonio es el testigo falso", esos testigos que lo acusan a él, a la Iglesia Católica, a sus 2000 años de historia, "están preñados de malicia, de mentira". Y remarcar, para no dudar de su catolicidad, "que María nos enseña el camino de la verdad".
Sus palabras finales fueron recordar que en la larga historia de la Iglesia, "nunca, ningún sacerdote violó el sacramento de la confesión". Triste y terrible ironía, el sacerdote que se jacta de no violar un sacramento acepta que se violen cuerpos, que se violen sueños, de creerse todo omnipotente, de ser Dios para decidir sobre lo más absoluto y sublime: el amor a la vida de un varón, de una mujer que por ser luchadores sociales, amantes de la solidaridad y la justicia, él, Von Wernich, la Iglesia, decidió que eran no personas, no debían seguir viviendo, eran subversivos.
[Fuente: Por Fortunato Mallimaci, Sociólogo de la religión UBA, Conicet. Miebro del Centro Nueva Tierra, Bs As, Arg, 10oct07]
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