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27may12
Las víctimas que no se ven detrás del caso Schoklender
¿Cómo se vive la corrupción en los márgenes? Con desempleo, decepción, changas en negro, promesas incumplidas, enfrentamientos entre pobres, miedo y tristeza.
No hay que andar mucho para verlo. Todo eso ocurre en el Barrio Los Piletones, en Villa Soldati, Ciudad de Buenos Aires. Un año después del estallido del caso Schoklender, sus víctimas tienen nombres, familias y urgencias. Aquí está Sonia Paredes, de 34 años, madre de tres hijos, uno de ellos discapacitado. Aquí Benito Pedro Saldaña García, de 26, padre de tres nenas y esperando a la cuarta. Son sólo algunas de las cientos de víctimas del caso de corrupción más notorio y doloroso de los últimos años: el despilfarro de millones de pesos -se calculan no menos de 64 millones- que debían ser destinados a la construcción de viviendas para pobres pero habrían terminado en cuentas bancarias, autos, casas de lujo y hasta aviones, por citar propiedades de Sergio Schoklender, uno de los responsables de la "Misión Sueños compartidos", de la Fundación Madres de Plaza de Mayo.
"Mi casa es una de ésas", señala Sonia. Lo que apunta su dedo es un de los edificios contruídos por "Sueños Compartidos" entre 2007 y 2011. Parte de un complejo, Los Piletones, previsto para 300 familias que todavía lo esperan. Desde hace un año, cuando Clarín reveló el caso (el 25 de mayo de 2011) y se convirtió en un escándalo, el complejo quedó prácticamente paralizado. Sonia lo sufre: la suya es una de las 50 familias que ya tenía una vivienda adjudicada. "Nuestra casita se incendió hace seis años y estamos desesperados esperando que se termine el trabajo, pero acá no pasa nada... ya no vienen camiones, ni nada ", se lamenta.
La historia de este complejo es el reflejo real de la corrupción del poder. La obra empezó en 2007, de la mano de Sergio Schoklender y los primeros 150 trabajadores, gracias a un convenio firmado con el gobierno porteño y fondos mixtos de la Ciudad y la Nación. Era uno de los primeros proyectos de "Sueños..." Con el tiempo iban a replicarse en todo el país.
Entre esos primeros trabajadores estuvo Benito Saldaña. "Los primeros seis meses trabajamos en negro, después nos empezaron a pagar con unos recibos, 1.400 pesos la quincena", cuenta hoy. Benito consiguió el trabajo porque era vecino al proyecto, uno de los casi 2.000 que habitan esa porción de tierra sufrida de Villa Soldati, que se hizo conocida por el comedor popular que tiene Margarita Barrientos. Los Piletones es, en apariencia, una villa como muchas otras: casas de ladrillo haciendo dudoso equilibrio; chaperíos oxidados; calles de barro; cables al límite de la resistencia cruzando los techos; santuarios del gauchito Gil mezclados con pintadas políticas; decenas de carritos de cartoneros; cientos de chicos descalzos o casi correteando por ahí; el borracho de siempre en una esquina y el puesto de seguridad, aquí de Gendarmería. Benito aprendió a usar la mezcladora de cemento y trabajó durante más de cuatro años, junto a entre 150 y hasta 300 trabajadores, según la etapa. Lo que montaron está a la vista, dentro de un predio alambrado: edificios de tres pisos, algunos ya casi terminados, si hasta tienen cocina. Pero falta.
Faltan cloacas, falta que llegue el agua, falta que se termine más del setenta por ciento de las casas.
"Cada tanto venía (Sergio) Schoklender y nos hablaba. Nos decía que teníamos que trabajar duro porque íbamos a construir nuestras propias casas", dice Benito. Junto al mayor de los hermanos Schoklender andaba siempre un personaje clave de la trama, Rubén "Pocho" Brizuela, un hombre que anda siempre "calzado" -muestra su arma a quien quiera verla- y se presentaba como jefe de seguridad de Madres. Hoy "Pocho" es el enlace de los ex empleados con el Movimiento Evita, la agrupación kirchnerista que intenta "contener" a los desplazados por el escándalo Schoklender.
Las obras avanzaron con desorden y con intermitencias, producto de los faltantes de materiales para la obra. El miércoles pasado, Clarín contó del cierre de la fábrica de paneles que había montado la Fundación Madres para sus obras. Desde allí partían a Los Piletones parte de los insumos para la obra. Pero también tenían que llegar camiones con cemento y cerámicos y tantas cosas. A veces pasaban meses y no llegaba nada. "Schoklender le echaba la culpa a (Mauricio) Macri y una vez nos mandó a hacerle un escrache en la puerta de su casa", cuenta Benito.
No fue la única vez que se los "invitó" a participar de protestas o manifestaciones. Varias veces acudieron a actos de Cristina Kirchner y 20 de ellos fueron a acompañar a las Madres a la ronda de los jueves en Plaza de Mayo. "Ese día nos lo contaban como trabajado", dice Benito. A Hebe de Bonafini nunca la vieron en Los Piletones.
Y de pronto estalló todo. En marzo de 2011, empezaron los rumores de cortocircuitos entre los hermanos Schoklender y Hebe. La ruptura en la cúpula de "Sueños Compartidos" se confirmó a los trabajadores los primeros días de mayo y se hizo pública semanas después. A las obras llegaron funcionarios del gobierno nacional -de la Secretaría de Obras Públicas-, sindicalistas de la UOCRA y "Pocho" Brizuela. Allí, entre las paredes recién levantadas, se decidió interrumpir los trabajos más grandes, derivar a los obreros a cooperativas de trabajo del Movimiento Evita. Ese plan de salvataje se repitió en la otra obra grande que se hacía en la Ciudad (ver Una obra...) y en el Chaco, donde se construían 500 casas que tampoco se terminaron. Pero el plan fue insuficiente y extremadamente informal. De los 200 trabajadores que había en ese momento en Los Piletones, 130 fueron despedidos, 20 quedaron en la obra haciendo limpieza y "seguridad" (para evitar tomas), y 50 fueron derivados al Movimiento Evita. Todas las mañanas, a las 7 en punto, un colectivo los pasa a buscar por la esquina de Lacarra y Cruz, a dos cuadras del barrio, y los lleva a barriadas similares a la de ellos, pero en La Matanza, donde construyen veredas o cloacas para otros.
El viernes Clarín habló con dos de esos cooperativistas, que no quieren dar la cara para no perder lo poco que tienen. A cambio del trabajo les pagan en un sobre blanco, sin membrete, entre 2.200 y 2.800 pesos por mes, aunque ahora mismo llevan dos meses sin cobrar. Y cada tanto les piden "colaborar" en política. El último favor fue asistir al acto de Cristina Kirchner en la cancha de Vélez, el 27 de abril.
Los que quedan en la obra son pocos. El miércoles a las siete de la tarde, había apenas uno, Francesco, cuidando la puerta del cercado. "Yo trabajo para Pocho", explicó cuando se le preguntó. Para Pocho. Nada más sabía. Su trabajo consiste en avisar a los gendarmes del barrio si algún intruso intenta cruzar el cerco.
Benito no tuvo ni siquiera eso. Le pagaron una indemnización de 9000 pesos y se olvidaron de él, como se olvidaron de Sonia. Ya nadie les volvió a hablar del techo propio. En la Secretaría de Obras Públicas anunciaron hace meses que derivarán el final de obra en alguna constructora. Pero nada concreto, tampoco desde el gobierno porteño, encargado de asignar las casas cuando se terminen. "Yo no tengo la culpa de la corrupción" dice Benito. Los Schoklender no pueden escucharlo, están presos. Y Hebe, ha dicho a la Justicia, no sabía nada de nada.
[Fuente: Por Gerardo Young, Clarín, Bs As, 27may12]
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