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25ago08
Ronda de testigos en el juicio a represores
La ronda de testigos en el juicio que se le sigue a ocho represores acusados de violaciones a los derechos humanos ocurridas en Neuquén durante la última dictadura militar se iniciará hoy a las 9, con la declaración de la dirigente de la APDH neuquina, Noemí Labrune, autora del libro «Buscados». En él, se describe de qué forma actuaron los grupos de tareas en la región, quiénes fueron responsables de los operativos, las víctimas y cómo estaba organizada la represión militar en lo que se denominó la subzona 5.2, dependiente del V Cuerpo de Ejército con sede en Bahía Blanca.
Este proceso, que se inició en Neuquén el miércoles de la semana pasada, juzgará la actuación de los represores que actuaron en el centro clandestino de detención conocido como La Escuelita, y que funcionó en el batallón militar de la capital de la Provincia.
Están acusados por delitos de lesa humanidad el ex jefe del batallón, Enrique Olea; el ex jefe de Inteligencia del Comando de la Sexta Brigada, Oscar Reinhold; el ex jefe de Inteligencia del Batallón Militar, Mario Alberto Gómez Arena; y el ex jefe de Personal de la Sexta Brigada, Luis Alberto Farías Barrera.
También serán juzgados el médico militar Hilarión de la Paz Sosa, los ex oficiales de inteligencia Jorge Molina Escurra y Sergio San Martín y el suboficial Francisco Julio Oviedo.
Todos ellos están imputados por los delitos de asociación ilícita, privación ilegal de la libertad y tormentos en perjuicio de diecisiete víctimas, una de las cuales permanece desaparecida. Se Oscar Ragni, quien fue detenido en Neuquén en diciembre de 1976.
Las causas que llegaron a juicio oral en Neuquén fueron iniciadas en 1984 por el entonces juez federal Rodolfo Rivarola, quien también prestará su testimonio, y cuya instrucción estuvo a cargo del juez Federal Guillermo Labate, actualmente designado por la Legislatura a integrar una de las vacantes en el Tribunal Superior de Justicia de la provincia de Neuquén.
El proceso y los imputados
El Tribunal Oral Federal, presidido por Orlando Coscia, dispuso que el juicio se desarrolle en 23 audiencias con más de 100 testigos entre los cuales está previsto que asista el ex jefe del Ejército y actual embajador en Colombia, general Martín Balza.
Otros ex jefes militares propuestos por las defensas declararán el 24 de octubre próximo como es el caso del ex jefe del Ejército durante la dictadura, condenado a prisión perpetua, Cristino Nicolaides, y el general retirado Genaro Díaz Bessone, detenido por causas de delitos de lesa humanidad.
Los ocho imputados se negaron a prestar declaración indagatoria e incluso los defensores solicitaron que el Tribunal autorice que no asistan a las audiencias, lo que deberá ser resuelto por los jueces.
Para la realización del juicio se iba a utilizar el recinto de la ex Legislatura donde fue juzgado y condenado recientemente a prisión perpetua el policía Darío Poblete por el crimen del docente Carlos Fuentealba, pero la caída de parte del cielorraso de la sala obligó al Tribunal a iniciar las audiencias en su sede natural que cuenta con una reducida sala con capacidad para 50 personas.
La APDH y el Centro de Profesionales por los Derechos Humanos -CEPRDH- en su condición de querellantes solicitaron el cambio de lugar a un Centro Cultural ubicado a pocos metros del Tribunal, pero la petición fue denegada.
Otros testimonios
Durante la audiencia, se escuchará también el testimonio de la abogada especialista en derecho militar y autora del libro «Genocidio en la Argentina», Mirta Mántaras, y del cura párroco Rubén Capitanio (ver entrevista aparte), quien ya declaró en La Plata en el juicio que condenó al religioso Cristian Von Wernich.
Para mañana, está citada la dirigente de la Comisión de ex Detenidos Desaparecidos, Adriana Calvo, y propuesto por uno de los defensores de los imputados deberá declarar el ex titular de la SIDE durante la presidencia de Carlos Menem, Juan Bautista Yofre.
Crímenes de lesa humanidad en la región
"Es una de las vergüenzas históricas"
Así calificó el sacerdote Rubén Capitanio el rol de la Iglesia durante la dictadura, y lo diferenció de la actitud que tuvo el obispado de Neuquén.
«Tarde o temprano, y acá es tarde, pero al menos llegó, tiene que haber alguien, en este caso la Justicia, que ponga cada cosa en su lugar», sostuvo.
Antes de declarar hoy como uno de los primeros testigos citados por las querellas en el juicio a los ochos represores que se desempeñaron en "La Escuelita", el sacerdote de Centenario Rubén Capitanio criticó con dureza el rol de la Iglesia Católica durante la dictadura militar. Recordó momentos de persecución y hasta rememoró un encontronazo con el ex teniente coronel Oscar Lorenzo Reinhold.
El religioso vivía en Neuquén durante los años de terror de la Argentina y tuvo como referente al obispo Don Jaime de Nevares.
No será la primera vez que Capitanio revuelva el pasado frente a un Tribunal, ya en octubre del año anterior fue testigo en el juicio donde condenaron al ex capellán Christian Von Wernich.
¿Qué es lo que significa para usted y para Neuquén el inicio de este juicio?
A veces decir es un hecho histórico suena muy rimbombante, pero los es. Pensar que hay, no solamente un grupo de personas que son los familiares de las víctimas y muchas de las víctimas, sino que hay una sociedad buscando justicia. Y Neuquén en ese sentido tuvo la característica de ser una sociedad que acompañó a las víctimas y sus familiares.
Y que se esperó más de treinta años este momento, con mucha paciencia, con mucha fuerza, pero sin ninguna violencia, es muy importante.
Que nunca existió ni de violencia, ni de reacción vengativa, demuestra también la fortaleza y la paciencia de una sociedad que tuvo que esperar. Y esperó.
Tarde o temprano, y acá es tarde, pero al menos llegó, tiene que haber alguien, en este caso la Justicia, que ponga cada cosa en su lugar. Y esto es que quien tuvo responsabilidades las asuma, voluntariamente o a la fuerza, y quien fue inocente si está salpicado que sea puesto en el lugar de inocente. Esta es la tarea de la Justicia, y es importante.
Por eso empezó para Neuquén y para la región un tiempo de más dignidad con este juicio.
¿En la época de La Escuelita usted vivía en la ciudad?
Yo llegué a Neuquén en agosto de 1976, estaba viviendo acá en el Oispado, después fui a Buenos Aires, con los encargados de los seminaristas de Neuquén.
Estando en el Obispado, junto con Don Jaime (Nevares), escuchábamos, veíamos y constatábamos como el terror, que también se imponía en la región, tenía un eco muy importante en la Iglesia por la actitud del obispo. Acá recurrían las víctimas, gente que había sido amenazada, detenida, también sus familiares.
La Iglesia Argentina, en muchos casos, hizo oídos sordos ante la persecución de miles de personas. ¿Cómo toma usted esta actitud?
Esto es una de las vergüenzas históricas y una infidelidad a su misión. La Iglesia debe ser servidora por definición. Pero además es infidelidad a su misión porque si no lucha por la vida, es infiel a su cometido.
Por eso ésta es una de las vergüenzas de la iglesia Argentina durante la dictadura, también en otras épocas, pero durante el gobierno militar fue de manera escandalosa.
Pero también en algunos rincones de Argentina, la Iglesia tuvo otra actitud, personalizada en los obispos de cada lugar, como fue en Quilmes con monseñor Novak, Hesayne en Viedma, Ponce de León en San Nicolás, Angelelli en La Rioja, y tantos sacerdotes, religiosos y laicos.
Por eso es una lógica trágica. Cómo la Iglesia va a entender a las Madres de Plaza de Mayo, sino fue capáz de ser madre para los propios, para los hombres y mujeres de la Iglesia que la dictadura se llevó.
Y lo tenemos que asumir, yo no ataco a la Iglesia porque la quiero, asumo la verdad.
¿Y en Neuquén?
Acá fue distinto, y unas de las pruebas es que recibíamos llamados de víctimas y familiares que se iban enterando que este obispo tenía el obispado a su disposición, y sobre todo el corazón abierto a su dolor y a su drama.
Eso yo lo fui sintiendo y aprendiendo. Había mucha confusión en ese momento, en el sentido de que uno no sabía bien lo que pasaba, no porque creyera que los militares estaban haciendo las cosas bien, sino porque pensaba que era la locura de un día y que al otro no iba a ocurrir.
Pero la muerte parecía que cuanto más avanzaba, más se potenciaba, y entonces uno empezó a aprender que parte de ser cristiano y fiel como hombre de la Iglesia era luchar por la vida.
¿Cómo era la relación con los militares?
Desde el punto de vista formal había una relación tensa. Ya desde la última parte del gobierno de Isabel Perón, los militares, que ya estaban ultimando los detalles del terrorismo de Estado, tenían identificados a los que ellos consideraban sus enemigos. Entonces la iglesia de Neuquén era parte de sus enemigos.
Y desde el punto de vista cotidiano o real era una situación de persecución. Nosotros sabíamos que éramos observados, controlados, nos lo hacían sentir, sabíamos que estábamos en la mira.
Cualquier acción que uno pudiera hacer, tenía que ser claramente mostrada para no dar lugar a que ellos procedieran.
Neuquén es testigo, cuando la camioneta del Obispado amaneció empapelada. Con toda la custodia que tenían los dos bancos, que están a pocos metros, la camioneta del obispo aparece toda empapelada desde el techo hasta el borde de las cubiertas en el suelo. Con afiches acusándolo de subversivo, en plena dictadura. Y lo habían hecho con una prolijidad que demuestra que se tomaron todo su tiempo y con un material que no había forma de sacarlo.
De todo este clima, de todas estas cosas que han pasado ¿recuerda algún momento en particular?
Recuerdo una noche como a las diez y media, estábamos terminando de cenar, y se presentó el mayor Reinhold, que es uno de los imputados. Sonó el timbre, salí a atender, y era él, vestido de militar, con otros señores, no eran más de dos o tres.
Querían hablar con el obispo por un allanamiento que iban a hacer en una de nuestras parroquias y querían que el obispo lo supiera.
Don Jaime tenía una actitud tan firme, que ellos eran muy malos pero medio los descolocaba la firmeza. Y eso ayudaba, yo creo, en que no avanzaran más en su locura terrorista.
Recuerdo la actitud prepotente y atropelladora de Reinhold cuando se presentó y me interrogó a mí. Yo estaba en mi casa y le había abierto la puerta a él que tocaba el timbre. Es como si me hubiera encontrado en una actitud sospechosa, claro para él era sospechosa la actividad del obispado. Esa actitud de patotero, pero a la vez notificándome de que él tenía el poder.
Recuerdo el momento clarísimamente, no hacía frío, pero a mí me dio frío.
¿La sociedad neuquina asume lo que pasó?
En Neuquén hay un recambio de gente permanentemente, creo que la mayoría no vivió el genocidio de la dictadura. A raíz de que aquí había una resistencia civil, social, animada por el obispo pero también por otros sectores, la cosa era más pública, no por nada Neuquén fue declarada la capital de los derechos humanos. El reclamo era en la calle, las marchas, sentadas, aquella famosa huelga de hambre y ayuno que hicimos en la catedral. Todo eso la gente no lo vivió, porque son muy jóvenes o porque no estaban en la Provincia, entonces eso hace también a una aparente indiferencia, "no es parte de mi historia" podrán decir muchos.
Igual, a mí me dio mucha esperanza el día que se inició el juicio ver tantos jóvenes reclamando, pidiendo justicia y eso me parece que tarde o temprano va a dar fruto.
¿Hoy cuál es el rol de la iglesia?
El juicio nos parece que es una necesidad para la paz. Los juicios van a ayudar a esta toma de conciencia, que decíamos que no tuvimos en aquel momento.
Por eso es tan grave la actuación de la Iglesia en aquella época, porque tenía obligación a la denuncia. Y yo entiendo que un hombre, una mujer, una madre o un padre tenga razones para callarse, lo comprendo. Pero no lo justifico en los hombres y mujeres de la Iglesia.
El 14 de mayo del 76 los obispos argentinos sacan el primer documento hablando de la situación, diciendo que les llegaban denuncias, ya sabían entonces, y podrían haber dicho: Ante la próxima denuncia de desaparición de personas comprobada serán excomulgados la junta militar y todos los comandantes en jefes. Serán retirados el embajador del Papa en la Argentina y todos los capellanes militares. ¿Que hubiera pasado?
Hay una carta de Pinochet a Videla, se la cita mucho y debe existir, donde le dice tenga cuidado con ponerse en contra a la Iglesia, trate de tenerlos de aliados porque yo me los puse en contra y ahora todo se me hace más difícil.
Mirá la responsabilidad que tenemos como Iglesia.
[Fuente: La Mañana, Neuquén, 25ago08]
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