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16mar13
El nacional catolicismo del diario "El País" de Madrid según una de sus plumas insignes
La Iglesia de Roma se ha dado por primera vez en la historia un papa de América Latina. Pero ¿de cuál? Porque hay más de una y no da igual decir Tegucigalpa que Buenos Aires. Hay una América meridional de mayoría euro-descendiente; una América andina que a medida que avanza hacia el norte, de Chile al istmo, se va indianizando; una América caribeña, continental e insular, que se enriquece con la negritud; una Mesoamérica que abarca dos océanos, donde cobrizo, negro y blanco se juntan sin confundirse; y la América supremamente mestizada, de Chiapas a Río Bravo.
Existe algo, sin embargo, que las une y permite hablar de América Latina: España. En todos esos países se habla español como lengua principal y en la mayor parte de los casos, propia, aunque con las variantes que la antropología impone. Hasta hace solo unas décadas la religión, la Iglesia, era un vínculo tan sólido como la lengua. Pero cada día lo es menos por la ofensiva protestante que financia el dólar norteamericano. Según fuentes vaticanas, millares de feligreses abandonan incesantemente la Iglesia; el New York Times lo cifraba hace unos años, quizá confundiendo sus deseos con realidades, en 8.000 tránsfugas diarios. Pero lo cierto es que en los últimos 25 años América Latina ha perdido entre un quinto y un cuarto de su parroquia católica. Y eso será motivo de grave preocupación en Roma por razones escatológicas, pero también es un hecho político, que está cambiando la faz de esa múltiple América Latina.
El papa Francisco pertenece a la primera de las Américas citadas, la que se nutrió especialmente de España e Italia en su poblamiento. Allí donde el pentecostalismo, una u otra congregación del Verbo, o emanaciones del Paráclito, han causado menor erosión que en el resto del mundo Iberoamericano. Y el Vaticano ha comprendido, aunque con la parsimonia que le caracteriza, que hay que tratar de ponerle un dique a la riada de defecciones, pánico al que debe atribuirse la designación de un cardenal argentino, Jorge Mario Bergoglio, para ocupar la Silla de Pedro.
Argentina ha sufrido en las últimas décadas un proceso de latinoamericanización, y la misma presidenta Fernández, cualesquiera que sean sus desencuentros con el altísimo prelado, ha contribuido a ello, en especial ahora cuando se sostiene en Buenos Aires que opta a otra sucesión, la del difunto Chávez, como líder de la izquierda bolivariana. Ya no es tan común oír afirmar con la mayor convicción a los naturales que ellos son europeos. Y el Vaticano, metido a revoluciones, se ha enrocado, sin embargo, en lo más parecido a Europa que habita en esas tierras: un papa bilingüe, pero de español e italiano, no de español y quechua o aymara. Acontecimientos todos ellos de extraordinaria importancia para España.
Para el latinoamericano medio los términos España e Iglesia católica constituyen una pareja tan indisoluble como el matrimonio que oficia Roma. Una formación católica no conduce inexorablemente a la hispanización político-espiritual, pero es un humus de no mala disposición. Y, así, la conversión del latinoamericano a uno u otro evangelismo no puede salir gratis. En América Central se produjeron incluso experimentos que no arraigaron por su carácter extremo, como la evangelización en inglés de comunidades principalmente autóctonas, pero la avalancha no ceja. En Guatemala, particularmente, podría haber ya o estar muy próxima una mayoría protestantizada. Las cifras de las comunidades religiosas guatemaltecas son escasamente congruentes: las tribalidades reformadas hablan de un 40% a un 50% de fieles, mientras que la Iglesia no concede más de un 25% a la fe importada. Pero no es imposible cuadrar ese círculo porque también ahí existe la doble contabilidad. ¿Qué le impide al humildísimo guatemalteco que llena esas estadísticas apuntarse a lo nuevo sin borrarse de lo viejo? Y bien se sabe en Europa lo difícil que es desafiliarse, una vez bautizado en la fe de sus mayores.
Los españoles son tan europeos como el que más y más que la mayoría porque sus antepasados fueron amamantados por la primera Europa que existió, el imperio romano, pero su principal contribución a la historia del mundo ha sido su participación en la invención de América Latina. Proceso aún no concluido. Descatolizar el mundo latinoamericano es un paso hacia su deshispanización, lo que le haría un tremendo siete a la política exterior española. Y aunque sus fines sean exclusivamente religiosos, el papa Francisco, a medio camino entre Europa y América, está ahí para oponerse a ello.
[Fuente: Por Miguel Ángel Bastenier, El País, Madrid, 16mar13]
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